EL AULLIDO
La plaza de la Inmaculada
PARA LOS JUECES se necesitan pruebas pero en política con frecuencia basta con las sensaciones: hay sensaciones que son evidencias. Y no es extraño pues que ya todo el mundo tenga la sensación, aunque no se pueda demostrar, de que seguramente el motivo por el que la concejala de Urbanismo del Ayuntamiento de León se empeña en llevar a cabo el párking de La Inmaculada -pasando por alto a los comerciantes de la zona, a los vecinos y hasta a la legalidad vigente- sea porque pesan mucho más los maletines que la razón. El caso es que no sobra decir que la ciudad, artificial por naturaleza, no puede olvidar nunca que es un recipiente de vida. Por eso toda ciudad al diseñarse ha de respetar y mimar los enclaves especialmente energéticos que ésta tiene desde siempre; ésos repletos de árboles y niños que constituyen a la vez un pulmón y una pincelada natural en medio de ese océano de hormigón y de asfalto que es la ciudad, esta ciudad, toda ciudad. Los árboles son los niños de la ciudad. ¿Qué pasa entonces para que nuestros políticos tomen decisiones que favorecen más a los constructores que al propio entorno urbano? Todo esto viene a cuento de la decisión del equipo de gobierno del Ayuntamiento de León de cargarse la actual plaza de La Inmaculada para construir un aparcamiento subterráneo privatizado. Talan los árboles como Herodes taló los niños. Construyen un aparcamiento donde ya hay aparcamiento - de Ordoño- semivacío. Sin duda en el centro hacen más falta los espacios de naturaleza viva que los aparcamientos, pero eso les da igual a algunos políticos. La justicia ha paralizado las obras dos veces. La gente está protestando, los comerciantes, los vecinos. Se están recogiendo firmas contra este nuevo pegote de artificialidad que quieren ponernos en el centro como para tachar un pulmón de la ciudad. No van a talar la estatua de La Inmaculada pero sí los árboles de ese círculo de alegría y viento, de ese patio de todos, de ese ojo abierto al cielo que es la vegetal y nuestra Plaza de la Inmaculada. Tiene sitios energéticamente sagrados esta ciudad que no puede profanar impunemente ningún político con sus decretos, ni ningún arquitecto con sus tiralíneas. Sitios estratégicos, casi encrucijadas, que necesitan estar libres de los tentáculos de la especulación porque son espacios con algo de maceta y algo de patio de colegio, y le devuelven al abigarrado centro la pureza y la vida que le han ido restando los años grises, los tiralíneas y los decretos. Ahora viene la señora concejala a decirnos que necesitamos otro aparcamiento más en el centro, y lo necesitamos tanto como empezar a comer la sopa con tenedor. Ya lo escribió Manuel Delgado: «Las ciudades hay que sentirlas». Cuando uno habita León emocionalmente nota que existen lugares como la plaza de La Inmaculada que no tienen belleza pero sí encanto, y éste proviene de su ya asumida forma y de su naturaleza viva que crece al ritmo de la ciudad; su energía telúrica que emerge de la tierra y conecta a este lugar con el cielo, a esta ciudad con el cielo. La plaza de la Inmaculada, según parece, va a dejar de ser enclave telúrico para convertirse simplemente en parte de todo lo demás. Tenemos una mayoría municipal en el Ayuntamiento que piensa que hay que hacer por encima de todo aparcamientos subterráneos inútiles como pirámides de Egipto, con lo cual esto se va a hacer piense lo que piense la gente porque lo único que importa es lo que opine el Faraón. Al menos las Pirámides eran bellas pero los aparcamientos subterráneos¿ Así las cosas la construcción es lo primero, y probablemente la anunciada obra faraónica se realizará contra viento y marea si no lo remedia la justicia. Y las urnas. Por eso ahora mismo tal vez esta columna no sirva para nada, pero aún así aquí está -el coraje siempre es la mejor opción- uniendo otra voz más a la mucha gente que cree que nos hace tanta falta ese párking como que nos operen las anginas con un cortaúñas. Esa plaza céntrica, mágica, telúrica¿ ¡Un respeto, coño!