CORNADA DE LOBO
Dos jarillas
TENGO una muñeca vestida de azul y una jarilla vestida de blancos y en cada blanco un botón amarillo y en cada botón una promesa: el próximo año más. A esta jarilla le gusta exagerar porque yo también le exagero lo que pide. Me cautivan las plantas porque en ellas veo gentes... y no estoy loco. Botánicamente son espejo humano. De entre todo lo instructivo y asombroso que nos enseñó en sus series de televisión el inmenso científico y divulgador Carl Sagan, me asombró una afirmación suya preñada de ciencia y biología: «el árbol es el organismo vivo de toda la naturaleza que más se parece al hombre». Me desconcertó esta afirmación, pues hombre y árbol son aparentemente tan similares como la gimnasia y la magnesia. Sin embargo, conseguía demostrarlo con teorías seductoras e incontestables. Como la jarilla no es un árbol, sino mata menuda, supongo que a quien ha de representar mejor es a la gente más pegada al suelo, la de talla que no descolla, al anónimo mogollón de tipos que no pasan a la historia por no tener nombre y por ser sólo estadística olvidada. Por eso me tiene asombrado esta planta licenciada en páramos y montes bajeros; al igual que la gente menuda, se agazapa en su labor y supervivencia eludiendo así los cambios atropellados que van por las alturas. Y ahí sigue en sus dominios, que son los que no quiere el árbol roblón ni la aristocracia vegetal. La jarilla es la hermana ñaja de la jara (la del sedal, por si no lo coges). Tengo una bailando en un plato con sólo tres dedos de tierra y viviendo (de qué modo) en una terraza zurrada de vientos afilados y soles que hacen hervir a las piedras. Pervirtiendo la secuencia de lluvias tacañas en la que vive, la riego cada día. Eso no ocurre en su naturaleza, así que lo lógico es que se pudriera al no poder profundizar sus raíces y verse encharcada, cosa que en su hábitat jamás ocurre. Pero, oh Fabio, exagera. Mide de alto sólo dos cuartas y no tiene más arboladura que una lechuga, pero ha sido capaz esta primavera de desabrochar unas ¡mil ochocientas! florecillas. De no creerse. Si la flor es el acto de amor en las plantas (menos las orquídeas, que fornican con lujo y arte), esta jarilla es un pasmo de bellísimas lujurias. Responde al mimo y a su suerte. El hombre menudo haría lo mismo.