Diario de León
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ASSUMPTA ROURA
León

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CON LA MÚSICA de fondo de los señores del PP reafirmándose, pocos minutos después de cerradas las urnas, en su decisión de presentar recurso ante el Tribunal Constitucional, ya sabíamos que en Cataluña ganaba el sí al Estatut (de la abstención, que cada uno haga su lectura). A esa misma hora, Montilla hacía una declaración formal desde la sede de su partido, en la que con pocas y concisas palabras agradecía el sí y se pronunciaba a favor de retomar la normalidad y andar hacia el futuro. De su aspecto y natural aplomo se desprendía un importantísimo alivio. ¿Maragall? A lo suyo, como siempre: estaba en el Palau de la Generalitat, donde convocó a más de un millar de personas de todos los ámbitos a una inusual fiesta para celebrar el esperado sí. Es pronto para valorar el estropicio que dentro de cada partido ha generado esta apuesta de renovación estatutaria que, no lo olvidemos, se levantó como ofensiva contra la España como unidad de destino en lo universal ampliamente difundida y defendida por el señor Aznar cuando todavía era presidente. Es cierto que el futuro ya no va a ser lo que podría haber sido, con el Estatuto aprobado. Con independencia del lamentable circo que hemos visto nacer, crecer y reproducirse, esta minúscula reforma significa ante todo un no fundamental a la ideología y política aznarista a la que, a su manera, ha seguido agarrado Rajoy y un sí a la aceptación de la España plural cuyas significadas diferencias más que dividir nos unen en un proyecto común en una Europa cuya crisis tarde o temprano deberá afrontar y superar. De ahí la importancia de que sean todas las comunidades autónomas las que pongan al día sus normas estatuarias, redactadas en el siglo pasado, cuando España era un souvenir de la pobreza, una generación hoy en edad de votar no había nacido y a nadie se le había antojado que el mundo pudiera ser global. Quiérase o no, vivimos en otra era, por numerosos que sean los que lleven luto televisado por la muerte de folclóricas. Quiérase que no, con el sí catalán y nuestros sudores (de todos) arranca definitivamente el cortejo fúnebre para enterrar esa España devoradora de singularidades. Ojalá lo reflexione el señor Rajoy. Algo de esperanza queda.

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