Diario de León
Publicado por
Luis Artigue
León

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SE ACABA de celebrar el Día del Orgullo Gay, que es algo así como el día del derecho a la diferencia, y acaso por eso ha vuelto a las tertulias radiofónicas el debate sobre el matrimonio entre homosexuales. Y no acabo de entender qué problema tiene al respecto la Iglesia Católica si lo cierto es que los gays en España llevan casándose toda la vida y haciendo así infelices a sus mujeres. Por eso ahora y gracias a esa ley no se está destruyendo la institución de la familia sino sólo hay menos fingimiento, y menos insatisfacción, y menos hipocresía, y más normalidad. Como nos enseñan en toda su obra Jaime Baily y Luis Antonio de Villena, y también la última novela de Álvaro Pombo -de extraordinaria finura moral- titulada «Contra natura», muchos homosexuales hoy se sienten sino fuera del sistema, sí muy orillados de la sociedad y ésa les parece una postura militante e inteligente: por eso no quieren casarse con nadie de ningún sexo. Pero hay también otros gays cansados de ir a la contra; cansados de tanta tradición de persecuciones, discriminación y homofobia, y éstos desean a su lado a alguien de su mismo sexo con quien envejecer, y buscan normalidad. Pues para eso están las leyes, ya que la normalidad necesita una norma. En este sentido ya era hora de que nuestra civilizada legislación amparara a este colectivo e igualara sus derechos a los de cualquiera, porque eso no es sólo un beneficio para ellos sino, también, para el conjunto del país. A todos beneficia que la gente en nuestra comunidad se sienta más normal, más feliz y más libre. Lo más preocupante, pues, de las opiniones que vierten principalmente los tertulianos de la COPE sobre este asunto no es su radicalidad, sino su integrismo. Se crea opinión para que el amor simétrico de dos personas siga siendo clandestino, para que no integremos a las parejas de gays y lesbianas sino sólo las toleremos; se crea opinión tratando de imponer los valores religiosos de una parte de la sociedad al conjunto de la misma. Además con esos discursos tan politizados se está identificando unilateralmente catolicismo con Partido Popular, lo cual resulta manipuladoramente injusto. Hay católicos en todos los partidos como hay gays y lesbianas en todos los partidos y todas las confesiones religiosas, incluida la católica. Una de las conquistas ideológicas, de hecho, más sobresalientes de la llamada Transición fue ésta de que ahora se pueda ser sin contradicciones católico y socialista, homosexual y del PP e incluso cura y comunista. Dichas posturas abundan hoy en nuestra sociedad, y sería una tragedia y un regreso a lo peor de nuestro pasado que se perdiera ideológica y políticamente esa transversalidad. Necesitamos más que nunca una sociedad en la que quepamos todos, y para construirla han de servir las leyes. De hecho esta ley que ha ampliado el concepto de familia implica un cambio mental por parte de la sociedad, sí, pero es una ley propia de un país avanzado y moderno; de una España del siglo XXI. Se necesita, claro está, ambición y valentía para cambiar, para innovar, para avanzar, pero esa predisposición ayuda a mejorar. En este sentido legalizar la situación emocional de las parejas homosexuales ha supuesto una decidida apuesta por la igualdad, por la libertad y en favor de la convivencia, y esos son valores fundamentales en los que se asienta la democracia. Ahora sin embargo el clero y el PP emplean sus medios de manipulación audiovisual como diciendo sin decirlo que no les gusta la separación Iglesia-Estado, que España tiene que volver a ser institucionalmente confesional de la cabeza a los pies, y exigiéndonos a todos que regresemos en nuestra cosmovisión a la Edad Media. Y esa, parece, es una exigencia más extravagante que el Día del Orgullo Gay.

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