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Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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LES CONFIESO que pocas noticias le llenan a uno de mayor alegría que las que voy a darles ahora, aunque, por otra parte, se las esté sirviendo con unos días de retraso. Vale que en este asunto venturosamente no hay fecha de caducidad. Son dos en una. El mismo día (el pasado domingo) y a la misma hora (seis de la tarde), nuestros Obispos, Don Camilo en Astorga y Don Julián en León, procedieron a ordenar de presbíteros (sacerdotes, para entendernos) a tres diáconos, que llevaban unos meses adentrándose en el ejercicio del ministerio con diversas prácticas pastorales. En Astorga los agraciados con la llamada del Señor al sacerdocio fueron Agustín Rubio Huerga e Ignacio Lindoso González. El primero es natural de Coomonte (en la provincia de Zamora, pero tocando el rincón leonés de Alija del Infantado) y ha realizado su año de práctica pastoral en el Colegio Pablo VI de Fontei, cerca de La Rúa, en Orense, donde realizó sus primeros pinitos más que serios en la catequesis y en la pastoral juvenil. Ignacio se crió en Sobrado, cerca de Toral de los Vados en El Bierzo; su año de pastoral lo realizó en Nicaragua, al lado del sacerdote misionero diocesano Julio Falagán Fernández, y su experiencia, como es fácil deducir ante la escasez de ministros ordenados, se enriqueció con múltiples y variados servicios. En León el elegido fue César Peláez Álvarez, natural de Carrizo de la Ribera, que llegó al sacerdocio después de haber iniciado el camino vocacional a los trece años de edad en el Seminario Menor, allá en la carretera de Asturias; su año de rodaje pastoral lo llevó a cabo en la parroquia de la Sagrada Familia, en el barrio de Pinilla, en la capital. Tres regalos que el Señor nos hace cuando en el mundo rural se inician las cosechas. No está nada mal. La pena es que no puedan ser trescientos. Pero no tengan miedo, que salen con pólvora como para quemar el mundo. Que no se les moje. ¿Una prueba? Uno de ellos ha dicho públicamente: «A mí me gustaría estar en los pueblos y en pueblos con vida. Me gustaría trabajar con los enfermos, con los ancianos, con los jóvenes..., pero lo que me manden. Lo importante, creo yo, es que allí donde te manden, hacer lo que tú quieres, con entusiasmo». Sea. Y que no decaiga. Y ánimo que no estáis solos. Está a vuestro lado el Espíritu del Señor. Y mucha más gente. Más de la que parece. En algo sí que parecen estar de acuerdo nacionalcatólicos, laicistas y quienes no son ni lo uno ni lo otro: jamás será criticable la Iglesia cuando se echa al ruedo de ejercitar la cercanía afectiva y efectiva con los más necesitados de esta tierra. Misioneros, misioneras, ONGs católicas, obras sociales de parroquias y otras instituciones eclesiales, expresiones de amor heroico de personas concretas en nombre de la fe... Nadie se atreve a levantar la voz para ridiculizar una mota de polvo o adivinar una intención aviesa en esas acciones hijas del amor cristiano. Por algo será. Bien cerca tenemos un ejemplo. El pasado miércoles, el Ayuntamiento del primer municipio berciano entregó el Premio «Ciudad de Ponferrada», además de al pintor y escultor berciano José Sánchez Carralero, a la organización «Manos Unidas», que, como todo el mundo sabe, es una institución de la Iglesia Católica formada por voluntarios y dedicada especialmente a promover la Campaña contra el Hambre, allá por el mes de febrero de cada año. Y eso de que «todo el mundo sabe» parece quedar empañado por el hecho de que alguien se ha encargado de servir a los medios de comunicación social la noticia con la maniobra de «secularizar» a Manos Unidas. Esta ONG, en pluma esperemos que desinformada y no manipuladora, acaba siendo una «organización humanitaria», que es verdad pero no es toda la verdad. Conste, pues, que la Corporación municipal de Ponferrada entregó a finales de junio del año 2006 un premio que es reconocimiento del «esfuerzo permanente para mejorar las condiciones de vida de los más desfavorecidos», a la organización de la Iglesia «Manos Unidas». Un rincón para la comunidad humana y cristiana de Oville, cerca de Boñar, que, después de casi un siglo, han recuperado ermita y fiesta en honor de San Pelayo. Increíble pero cierto.

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