Diario de León

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TODOS los años he de dar alguna turra con el Tour. Sus retransimisiones son la forma más cómoda e ilustrativa de saber cómo anda Francia en este mismo momento, cómo les va, cómo lucen; y se hace la cosa a golpe de pedal desde el ras de una rueda o a vista de pájaro, que es una visión bastante definitiva de las cosas que jamás obtendría un turista con diez guías-librote zurciendo por carretera la France entera. Así que, el Tour... a esa hora tranquila de la siesta y la calora, quede claro y sugerido. Pero si el ojo se alegra y se informa viendo lo que hay en la France de nuestras tirrias o envidias, oir los comentarios que se suben al pedaleo es recrear la oreja con aprovechamiento. Los comentariastas de retranmisiones deportivas propenden a gritar, a encrespar la narración para embutirle emoción al modorro espectador. Sin embargo, la retransmisión del Tour parece excepción feliz. Es narración conversada con buena enjundia, pues si uno (Carlos de Andrés) es un acopio de datos en filón periodístico, el otro (Perico Delgado) es un lujo de apreciaciones técnicas, pues es ciencia ciclista en carne propia y conoce, por haberlas conjugado, cada curva, bache o incidencia que tiene la asfixia escalada del Torumalet o Alpe D'Huez. Empastan y se trenzan las dos versiones, compaginan. Van suave los dos y con jovialidad por norma. Es de agradecer. Y no sabes cuánto. Son bálsamo de voz tras haber soportado este país de países unos interminables mundiales de fútbol con un majadero desgargantado y alicatado en gritos de lata, humo y banalidad con los que torturó la oreja española. Todavía se resiente nuestro abollado tímpano con esos sus «¡Saaaaliinas!» exclamados como relinchando y taladrando, por no hablar de esa propensión suya a motejar todo apellido que le suene raro y bordear el insulto o recrearse en él con repeticiones hasta el vómito. Bienvenidos, pues, a nuestra oreja De Andrés, el jefe, y Delgado, el ejemplar aprendiz, cuya profesionalidad informativa le hace sin duda muchísimo mejor periodista y más creíble que tanto aluvión de licenciados-titulados en patinar y no rascar bola con micrófonos o desbarrar con plumas. La prueba definitiva de esto fue la etapa reina de los Pirineos: cinco horas. Sostener tanto tiempo el verbo y la emoción es cosa sólo de maestros.

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