Diario de León

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ANCHOS eran los vanos de dilatación entre raíles. El clima extremado de estas tierras y montañas pide cierta distancia entre hierros... y entre gentes. La rítmica percusión que eso producía se transmitía por el suelo de aquellos vagones de madera y herrajes hasta multiplicarse en los asientos pareados -también de maderas listadas-, de modo que el tracatracatrá del tren se colaba por la rabadilla o el ojete y salía por la boca convertido en marchas campamentales o canciones de excursión (si era chavalería jesuitona, oje-tina o colegial la que mandaba en el vagón), o en fatigas y reburdies de lugareño (si volvía a casa con aparejos mercados en caro ferretero y una cesta vacía de huevos malvendidos)... tracatracatrá, tracatracatrá... así hasta los apeaderos de Manzaneda, La Valcueva o la gran estación de Cistierna, siempre lleno su andén de carretones, bultos y factores... peor si era hasta Guardo... y con los huesos (y huevos) bien batidos el que llegara a Valmaseda y arrabales bilbaínos tras perder todo un día en cuestas de resoplar con larguísimos repostajes de agua en una locomotora que después escribía con vapor en el aire su verso efímero y rutinario, «todo lo que viene se va, pero mañana vuelve; o no»... tracatracatrá... tren hullero, tren de Matallana, también de La Robla, otros le dicen de Mataporquera, pero nadie lo llama de vía estrecha, andallá, aunque ahora se le nombre como Feve, Feverico el febrerico, Feverico el centenario... y de entre todos los trenes, los que ya tienen reúma en la memoria recuerdan el «mixto», el más popular, el que volvía a León entrada la tarde y con silbidos desgañitados anunciaba a todos los pueblos volcados en sus afanes que la jornada, los carros y los rebaños debían volver a su noche... el «mixto» -fácil se deduce- llevaba mercancías y gentes, que no son otra cosa que pura mercancía, mano de obra o carne de ambulatorio... tracatracatrá... tren botijo, verano de sandía en bolsa de red, flotador de cámara neumática bajo el brazo, cestas, una sillina para la abuela, fiambreras, barullo dominguero... y urgidos reagrupamientos... ¡Ramirín, como cruces la vía te cruzo la cara!... ese, aquel tren... por allí resopla la ballena de hierro con cola de carbón al llegar a Campohermoso... desde la ventanilla de ese tren todavía hoy puede uno asomarse al abismo del tiempo muerto... y no morir.

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