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UN POCO hartitos ya están. Las vacaciones son para esto, pa jartarse . Sobre el rescoldo de los tedios conyugales sopla un diablo de cercanías y se reaviva el incendio de todos los veranos. Pero el de este año es el quemón del novamás , la devoración del barbecho no cultivado donde una vez se mimaron las flores del amor... y de los muertos. Josemaría (así escribe su nombre el gran cursi) y Mariló parecen andamiar la separación. Este es el mes en que se hornean más divorcios, dice la estadística. Son los basiliscos de la vacación, único periodo del año en que familias y parejas han de verse todo el día... con lijas y rebotes... demasiado tiempo para la paz. La pijez se alza en catedral. A Josemaría y Mariló les persigue la estadística y no corren. Están entregados a la evidencia de que su fatiga matrimonial ya no pide remedio ni prórroga. Barruntan sanseacabó que late viejo. Él tiene ganas. Ella, las mismas, pero unas le van (a la gimnasia, las tiendas, la magnesia y a la pelu donde cada mes ensaya algún tijeretazo entre punk y churrigueresco) y otras le vienen (a sus cuarenta y tres ¿a dónde tirar?). Él tiene un carguín en los Madriles (con chochín, asegura ella) y un pueblo con madre en esta provincia al que invariable, indefectible y celebradamente ha de volver cada verano una semanita de gloria barata, fastos familiares, fiestas patronales y exaltación de orgullos locales en una semana cultural que es pastelona, repetida e infumable. A Mariló le atragantan estas estancias y presencias. Son ya muchos años. Llegaron el sábado y el lunes ya tocaban a vísperas de gruñido. Desde hace dos años, los críos ya crecidos no vienen, así que ella, la cónyuge, está obligada a enhebrarse con su suegra todo el día porque él, como siempre, estará a su bola: cazará la codorniz, tendrá dos o tres cenas con amigotes o autoridades, se disolverá en partidas, tendrá servida la comida y la siesta en la casa materna y, al séptimo día, dirá «haz las maletas, Mariló, que nos vamos». Mariló jura en sus adentros que el próximo año no vendrá. Lo dice con trágica solemnidad y en ultimatum, igual que todos los años. Pero vendrá, vaya que sí porque, en contra de lo que dice el clero, la mayoría de matrimonios que no se aguantan o se odian no se divorcian... se ladran y ya está.

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