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Poner límites al «watching» para proteger a los cetáceos

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A. Prádanos - colpisa | madrid

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El avistamiento puede ser un buen instrumento de conservación natural. Es una actividad incruenta pero no inocua. «Las ventajas son muchas, pero los riesgos también pueden ser muchos si no se hace con responsabilidad», añade Alejandro Arias, coordinador de Especies Marinas de la Fundación Vida Silvestre Argentina. Arias ha censado a las ballenas francas australes de Península Valdés, en la Patagonia, la más amenazada junto con la gran azul. El 'watching' se ejerce sobre especies en el filo de la navaja, y en el punto crítico de su ciclo vital, el apareamiento o la cría, cuando buscan la costa. «Si se les altera en esos momentos, a largo plazo puede amenazar la supervivencia tanto como la caza comercial, aunque ésta sea cruenta y de muy corto plazo», advierte. Además de aniquilar a la gloria de los mares, un turismo de cetáceos desordenado y agresivo mataría a la gallina de los huevos de oro. Según el macroestudio sobre whale watching en todo el mundo (2001) de Erich Hoyt para la Fondo Internacional por el Bienestar de los Animales (IFAW), en 1998 esta actividad movía más de 1.000 millones de dólares en el mundo. A una tasa de crecimiento del 13% anual en número de turistas, estimaciones conservadoras elevan hoy día esta cantidad a casi 1.500 millones de dólares. Para Hoyt, científicos y expertos de todo el mundo la conclusión es clara, «Mirar, con cuidado, es lo mejor».

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