Diario de León

Esta actividad, que preserva los mares, atrae a más de diez millones de turistas en todo el mundo

El avistamiento de ballenas se consolida como reclamo turístico

Canarias está entre los tres mejores destinos internacionales para observar ballenas

Turistas avistando ballenas en la Península de Valdés en la Patagonia argentina

Turistas avistando ballenas en la Península de Valdés en la Patagonia argentina

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Arantza Prádanos - madrid
León

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«Por allí soplaaaa». El grito de guerra de los antiguos vigías balleneros no lo dan hoy los buques japoneses que masacran cetáceos por satélite, sino turistas atónitos, armados con cámaras digitales, que se lanzan en pos del leviatán para acribillarlo a fotos. Son más de diez millones en todo el mundo, partícipes de un fenómeno pujante y global, el 'whale watching' (WW) o avistamiento ballenero turístico. España, con Canarias a la cabeza, es uno de los tres primeros destinos del mundo para asomarse a uno de los grandes prodigios de la vida marina. El turismo de cetáceos es al océano lo que los safaris fotográficos a la superficie terrestre. Nació con timidez en los años 50 en la costa este de EEUU, de rancia tradición ballenera, y el inglés, con su plasticidad sintáctica, ganó una vez más la partida. Acuñó el término 'whale watching' (mirar 'whales', ballenas) con que se conoce una actividad comercial asentada en más de 90 países y territorios, en los seis continentes, incluida la Antártida, y en los siete mares. Subidos en barcos, puestos de observación terrestres o avionetas para avistar a muchas de las 83 especies de cetáceos que pueblan el océano, el lema es, se mira pero no se toca. No hay sangre pero corre adrenalina a raudales. «Se te para la respiración. Cuando te embarcas la primera vez no crees que sea posible verlas, pero de repente emergen a quince, veinte metros de la barca y se produce un flechazo. Impresiona verlas nadar por debajo de lanchas más pequeñas que ellas, a las que podrían tumbar de un coletazo, pero he visto ballenas en el Atlántico y en el Pacífico, y son seres apacibles. Nadan, resoplan, hacen piruetas y te enamoran». Luis Guerrero, ejecutivo de empresa madrileño, ha convertido la observación de ballenas en uno de sus alicientes vacacionales. «A la menor oportunidad me subo a un bote y salgo a ver si hay suerte», dice. Ver en pleno salto a una yubarta, la acróbata del mar, suspendidas en el aire sus más de 25 toneladas de peso medio, o el saludo de cola de una ballena franca son experiencias que no se olvidan jamás. Las grandes ballenas, la 'emperatriz' azul, el viajero rorcual común o el mítico cachalote de 'Moby Dick, son las estrellas del 'whale watching', pero la oferta es tan amplia como el catálogo de mamíferos marinos. Decenas de especies de delfines, marsopas, zifios, calderones, narvales y muchos otros componen la oferta del turismo de cetáceos, en el que España, con Canarias a la cabeza, ocupa podio junto con EE.UU y Canadá. Potencia mundial «Somos una potencia mundial. Sólo EEUU, la zona de Boston, concentra más turistas de avistamiento que nosotros, que recibimos muchos más que otras áreas quizá con más fama, como la Patagonia argentina, Nueva Zelanda o el Mar de Cortes, en México», subraya Erika Urquiola, presidenta de la Sociedad Española de Cetáceos (SEC) y técnico medioambiental del gobierno canario. Sólo en Tenerife unas 35 embarcaciones embarcan cada año a más de medio millón de turistas en busca de cetáceos. Es un reclamo más para el turismo de masas que visita el archipiélago. Su principal ventaja es que casi todo el año es hábil para avistar calderones tropicales, delfines mulares, rorcuales tropicales, cachalotes, zifios y mesoplodones, que pueblan las aguas canarias.

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