Diario de León

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DESBROZAR montes, sacarles unto forestal, regenerar pastizales y potenciar la ganadería eran objetivos de un «plan Coruña» abordado hace ya cuarenta años con un presupuesto nacional que cualquier paisano de estas montañas que son olvidado fondo de saco hubiera definido como descomunal. Fue todo un chorrón de ayudas. A los gallegos, de vez en cuando, les toca la desgracia y después alguna lotería de la piedad estatal (catástrofe y suerte dice el vulgo que van juntas). Pero al «plan Coruña» lo llamaron algunos gallegos «plan Bernesga» por la cantidad de leoneses que se empotraron en sus frentes y objetivos, veterinarios sobre todo. Eliminar tojos y malezas que enmarañan los bosques y montes gallegos perseguía ya entonces potenciar renta agraria y, a la vez, reducir el riesgo de incendios y devoraciones, aunque lo gordo de aquel plan acabaría en la vaquiña -santa protectora del numen galaicio-, en granjas porcinas y de pollastres, en fábricas de pienso, centros de inseminación o en erecciones de estructuras y estaribeles... pero el monte siguió ardiendo cada verano. Y sucio, inculto, maleado, secular estampa de matorral impenetrable, yesca para el fuego que empieza lamiendo y acaba por engullirlo todo. Hoy se quejan en aquellas chamusquinas (que ya son el diez por ciento de todo lo que verdea) de que al monte no se le hace labor... y que por eso las zancadas inalcanzables que allí dan los fuegos arreados. Touriño, el rebajador de hectáreas, promete nueva política forestal... y un plan, carallo, un plan. Esos montes dan más disgustos que leña, no los trabajan, no se limpian, dan cuatro perras (gordas) a las celulosas del eucalipto y no se les ordeñan más jornales que calderilla que invita al éxodo o deserción. Ahora que se les chamuscó el rabo y la vergüenza, habrá planes de regeneración, se lo tomarán un poco en serio, vendrán dineros, habrá jornales... así que, se diría que, gracias al fuego y su terrible devastación, la nueva política buscará corregir la histórica indolencia forestal del monte gallego -ese lío de propiedades y «en mi casa quemo yo»-, inversiones que por estar focalizadas en la profundidad rural gallega servirán para eso hueco con que llena la boca un político, «fijar población». Ojo: por aquí toman nota y se palpan en el bolsillo el mechero.

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