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LAS RULAS de Lastres, Burela, las de Pasajes o Santoña, eran ayer un caladero en cajas apiladas. Entran bonitos en las bodegas del barco como la vomitona de un mar fecundo otra vez si se habla de estos peces con diseño de torpedo para pillar sardinas por el rabo. En las lonjas maldicen los precios a la baja ante un ejército de bonitos alineados a los pies del subastero. Trae en este estío buena noticia la mar. La red, los palangres y el varal de vieja pesca con anzuelo no cesan la brega y van a por nota. Bonitos como nunca. Bocarte, nada. Se esquilmaron, aunque esos bonitos zamparon también los suyos y por eso engordaron tanto. Ahora nos los comeremos a ellos. ¿Y quién nos comerá a nosotros?... Tierra adentro, en los mares de espiga y en las lomas manchegas de la cepa y el majuelo, la costera del vino se adelanta porque con tanta secura y calora los racimos ya están borrachos de sol. Habrá menos uva que el año pasado y por eso será de mejor calidad. Ya la beberemos cuando su mosto fermente, pero ¿quién nos beberá a nosotros?... La pena que tiene el de la hoz porque este año el diablo del desierto se acostó sobre sus mieses es alegría no disimulada en casa del vendimiador cuando por las noches van a reclamarle a la viña su fruto, porque ahora muchas vendimias se hacen por la noche -y así parece que la están robando- para que no se cueza la uva en cuévanos y carriegos... La suerte echada por los profetas -o sea, por los telediarios- no se está cumpliendo. Se están perdiendo muchos titulares, cosa que inquieta a editores y directores de esos teleinformativos que convierten la vida en relato empedrado de sucesos y catástrofes chinas, en puñaladas caseras y desgracias sin cuento. Las buenas noticias de la vida común nunca son noticia. Las caras de tanta gente iluminadas por el buen año que se vislumbra al final de su surco no salen en ondas ni en papeles. Pero será una buena costera para embotar bonito. A dos euros y pico cayó días atrás en las lonjas. Me haré más de un marmitako de cena. Es guiso redondo pirograbrado hace ya años en mi cerebro y paladar en un viejo bar de pescadores con terracilla que hay en Fuenterrabía donde un viejo arrantzale jubilado, siempre de mahón, lo cenaba todos los días, humeante, en silencio y solo. Y se regustaba repitiendo.

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