Imparable verdad

HAY ALGUNAS cuestiones en las que europeos y estadounidenses parece que viviésemos en mundos distintos. Mientras nosotros hace mucho que sabemos -lo supimos desde el principio- que la demolición terrorista de las Torres Gemelas no era obra del sátrapa iraquí Sadam Huseín, los americanos han creído lo contrario hasta este verano. Todavía en junio casi el 60% lo creía. Por fin esta semana The New York Times y la televisión CBS han difundido una encuesta según la cual por primera vez son más los estadounidenses (51%) que no encuentran ningún vínculo entre la guerra de Irak y la lucha internacional contra el terror de Bin Laden y Al Qaida. Una pregunta que en Francia, por ejemplo, hubiera obtenido un masivo porcentaje a favor de tal carencia de relación hace años. Sólo el proceso de desinformación desarrollado por la Administración de Bush explica tales resultados en Estados Unidos. Lo cual plantea alarmantes cuestiones acerca de la democracia y sobre la eficacia de la vigilancia informativa -y formativa- que le corresponde a los medios de comunicación. ¿Qué ha fallado? Lo que está fallando en otras partes del mundo desarrollado. Que Bush mintió y no pasó nada. Que Donald Rumsfeld, el jefe del Pentágono, se inventó una ocupación militar que ha fracasado, y no pasó nada. Que Paul Wolfowitz, subsecretario de Defensa de Estados Unidos (y hoy presidente del Banco Mundial) reconoció que se había elegido para declarar la guerra el argumento de las armas de destrucción masiva «por razones puramente burocráticas», y nadie lo corrió a gorrazos. Los medios de comunicación americanos no han estado a la altura de las circunstancias (aunque se están recuperando con informaciones rigurosas y clarificadoras). Se dejaron arrastrar por una opinión pública desconcertada por el atentado y manipulada por unos políticos iluminados. Bush dijo que el 11-S le reveló cuál era su misión. Ese mismo día empezó a debilitarse el periodismo. Y los americanos creyeron que Sadam Huseín era Bin Laden y que la guerra de Irak era cosa de una semana, después de la cual sus soldados serían aclamados como libertadores. Ahora la verdad se abre paso. Tarde, pero imparable.