Cerrar
Publicado por
Antonio Núñez
León

Creado:

Actualizado:

QUIENES hayan pasado de la cincuentena recordarán, aunque no precisamente con nostalgia, lo que era un fielato en los tiempos de la penuria de Franco: una caseta estratégicamente situada en los accesos a las capitales y cabeceras de comarca, donde tenían que parar todos los coches -los pocos que había- y declarar el contenido del maletero: dos pollos, algún saco de patatas, cuatro o cinco kilos de alubias, media arroba de la matanza del cerdo de un primo del pueblo y, en general, todo lo que escaseaba para comer en la época del estraperlo. Con aquellas aduanas de andar por casa el Estado no resolvía el problema del hambre en las ciudades, pero cobraba un impuesto sobre ella con el que engordaba Hacienda. Según una reciente propuesta del responsable de Política Municipal del PSOE, un tal Álvaro Cuesta, el Gobierno estudia ahora la posibilidad de cobrar peaje en los accesos a los cascos urbanos de las ciudades y, a falta de pollos, garbanzos, huevos y jamones que gravar y que vienen ya todos precocinados con el IVA, se creará un nuevo impuesto sobre los atascos y la circulación. Igual que cuando Franco los automovilistas lo tienen crudo. Los gobiernos de todos los tiempos precisan de enormes recursos para mantener el aparato burocrático del partido y de eso que llaman administración pública y que de administrar no tiene nada. Pollos y verduras han sido sustituidos ahora por la gasolina, el tabaco y el orujo como fuente de financiación de Hacienda, antes ministerio de Abastos, de modo que, si otrora te cobraban por comer, ahora te pillan por los vicios. De ambas cosas es difícil quitarse. A la espera de que el Gobierno tome una decisión sobre los nuevos fielatos para, según él, hacernos tan modernos y europeos como los habitantes de Londres, Roma o Colonia, donde pagan ya hasta por respirar, modestamente se ofrece desde aquí una idea gratis al alcalde de León, señor Amilivia, aunque sea del PP, en plan de amigo y también porque se dice por ahí que tiene al Ayuntamiento endeudado, no ya hasta las cejas, sino hasta la gomina. He aquí algunas propuestas para exprimir el depósito de los automovilistas y aliviar humos, atascos y números rojos: primera, se coge a un conductor en el alto del Portillo o en Trobajo de Abajo y que pague por pasar, si tiene lo que hay que tener; segunda, una vez superada esta prueba disuasoria, se le obliga a estacionar en la ORA; tercera, adelantar el reloj municipal con el correspondiente recargo; cuarta, un policía lo dirigirá a la salida en una maniobra incorrecta con una multa adosada al parabrisas; quinta, si el conductor se pone chulo, llamar a la grua; y, sexta y para recalcitrantes, el que se dé la vuelta antes de entrar a León visto el panorama, dos puntos menos en el carnet de conducir. Según los teóricos del nuevo impuesto, este tipo de medidas servirán también para fomentar el transporte público, rápido, barato y poco contaminante. Lo último podría pasar, porque las ofertas que se han presentado a la contrata municipal de los autobuses incluyen desde motores de gas butano o natural hasta eléctricos en los vehículos a fin de rebajar los humos. Se echa de menos a la Nasa con un motor de agua. Respecto a lo de rápido y barato, es otro cantar. Para recorrer en el busi dos o tres kilómetros, que es lo máximo porque León capital no da para más, echas casi media hora en arriesgados equilibrios de volante del chófer entre coches en doble fila, semáforos apagados y policías de tráfico desprevenidos del oficio. Y, en lo del precio del billete, lo han subido a 0,80 euros, o sea ciento y pico de las viejas pesetinas, para no tener que ir a pie ni media hora. Bien es verdad, sin embargo, que, entre estudiantes y jubilados, sólo pagamos el billete completo una exigua minoría. Y, dicho esto, puede afirmarse que los únicos que no tienen nada que arriesgar en el trasporte público -ni tiempo, que les sobra, ni dinero, que les rebajan- son los jubiletas. Y que me perdonen los de la línea 8. Pero que se preparen para este invierno, porque la bronquitis que no agarren por los humos de la circulación rodada la van a coger, a poco que se le ocurra a la ministra de Medio Ambiente, señora Narbona, poner otro impuesto ecológico o peaje a las calefacciones. De tos no las palmarán, pero van a quedar como cecina. Regresamos a los fielatos, así que, en vez de ir a la capital, lo más barato es volver de León al pueblo y no moverse de allí, tal como andan los precios de los pisos, los sueldos y las pensiones. Cuestiones medioambientales y de calidad de vida aparte, hay algo que no acaban de aclarar ni el Gobierno ni el Ayuntamiento. A saber, dos puntos: ¿Quién va a quedarse con tanta pasta gansa?.