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DE PRESAS se trata aquí y de antiguo estoy apresado en el asunto. Suenan alarmas. Un oportuno telefonazo de Manro nos pone sobre aviso: a la presa de Vegas del Condado se la están merendando a dentellada limpia de excavadora voraz. Adiós estampa vieja, adiós carrizales y salgueros, adiós Pampa mía.... adiós. Me dice que se trata de agigantar allí la cosa porque van a construir dos minicentrales eléctricas y a la presa la enchufarán en tubos de dos metros de boca. Toma. Vino entonces al molino mental donde hacemos harina de los recuerdos toda la molienda que movió esa presa durante siglos, que son once como mínimo los escritos en este corredor del agua que calla... porque las presas son silencio. Y se viene también a la cavilación toda la harina en la que estamos metidos en este tiempo en el que, al fin, los ideales podemos medirlos en metros cuadrados. Las presas fueron la piscina de nuestra infancia y a esta de Vegas la tengo bien repasada palpándole en los sierros de sus orillas la cangrejada en verso que allí había, barbaridades de cangrejo gordo como canónigo antiguo. Presa y río. Tresmalladas hicimos alguna. Y en la estacada del puerto de Villanueva aprendí a chapuzar, esto es, a pillar truchas por el rabo buceando por lo hondo y escurriéndome entre leña, raíces y oquedades... paberseaogao... pero el maestro fue Porfirio, mi padre, que dentro del agua y en pozos de temer era nutria que se esguilaba. Esto ocurría en el río, cosa de mayores. De críos era la presa el escenario, presa de Vegas al pasar por el molino de Severino que está en las afueras de Villanueva, presa en la que los guajes y renacuajos nos bañábamos aquellos domignos de verano porque tenía el suelo de grijo garbancero y agradable de pisar descalzos a la salida del borbotón de agua por los dos ojos del molino. En el soto había otra presa que nacía del puerto de Villanueva y era aún más cangrejera, aunque la del molino tenía además tapizado el suelo arenoso del retén con mejillones de agua dulce (desaparecieron), tupida alfombra de concha vertical en todo el lecho; imposible cruzarla descalzos sin acuchillarse el pinrel y sin jurar en arameo. Hay que volver a esa presa a bañar un poco los recuerdos resecados antes de que empiece a dar calambrazos.