LA GAVETA
León sin León
A MUCHOS LEONESES les gustaría que nuestra provincia fuese comunidad autónoma. Y aunque las razones que aducen son diversas, tal vez podríamos resumirlas en dos: que fuimos un reino y que somos diferentes. Lo del reino es bien cierto, desde luego, pero sucede que cuando «éramos» reino también formaba parte del mismo Galicia, Asturias, el norte de Portugal y hasta Extremadura, con lo que el razonamiento queda un poco raro. Y no digamos después de llevar siete siglos unidos a Castilla. En cuanto a lo de ser diferentes, es posible, sí, que los leoneses algo nos distingamos de los sorianos. O de los burgaleses. Y es cierto que existe un acento en la montaña leonesa, o en el Bierzo, que difiere lo suyo del hablar segoviano, como también lo es que muchas cosas etnográficas nuestras no se constatan entre los abulenses del sur. O entre los muy próximos y, al parecer extraños, vallisoletanos. Por mi parte opino que la muy respetable tesis de «León sólo» cuenta con dos grandes fallas. La primera, que dos de las tres provincias leonesas -Zamora y Salamanca- no quieren saber nada de esa hipotética autonomía. Con ello, «León sólo» sería en buena medida, «León sin León». Concretamente, sin el cincuenta y cinco por ciento de los leoneses que habitan el actual -y jibarizado- solar del viejo reino. La segunda falla de la tesis secesionista es que olvida que muchas comunidades autónomas españolas también poseen grandes diferencias internas. Pensemos, por ejemplo, en Andalucía, vasto territorio, con el triple de población que el nuestro, y donde hay dos regiones históricas, una de ellas nada menos que el antiguo reino de Granada, siendo la otra el Valle del Gualquivir. Es bien cierto que la historia, y muchas más cosas, de Granada, Almería y Málaga (geografía del reino nazarí) son distintas del resto de la comunidad. Mas nadie, por ello, pide la autonomía del reino de Granada. También se diferencian lo suyo, por razones obvias, cada una de las islas de los dos archipiélagos, y no por eso se justifica la creación de la comunidad autónoma de Ibiza. O la de Fuerteventura y sus cayucos. Incluso en Castilla-La Mancha las diferencias son notables entre las tierras llanas del centro y las serranías de Guadalajara, al nordeste. Y no debemos olvidar que existen dos Extremaduras muy distintas: la del Tajo y la del Guadiana. Por lo demás, entre el Alto Aragón del Pirineo y el Bajo de Teruel se aprecian no pocas diferencias. Y ya, por abundar, ¿no es cierto que jamás existió Euskadi como realidad jurídico-política hasta hace setenta años mientras que cada uno de sus tres territorios llevaban setecientos años funcionando autónomamente, y aún ahora en parte? En definitiva, ninguna comunidad autónoma de tamaño grande es homogénea. Y Castilla y León no lo es menos que Andalucía o que Cataluña incluso, pues en aquella tierra existen, como poco, dos comunidades guste o no guste a la burguesía radical que ha perpetrado el nuevo Estatut: la rural -muy católica y centrífuga-, y la Cataluña plural y menos nacionalista de la ciudad de Barcelona. Creo que las diferencias de los leoneses respecto del resto de Castilla (y de León, curiosamente) no justifican una autonomía propia. Y que debemos aceptar ese marco aunque no nos encante. Por otra parte, ¿qué nos han robado los castellanos a los leoneses en este cuarto de siglo autonómico? ¿Alguien nos prohíbe ser leoneses, ejercer de tales, profundizar en el conocimiento de nuestras cosas, defenderlas, difundirlas, realizar mejoras en la honorable provincia? Eso sí, debe quedar bien claro en el estatuto de autonomía que Castilla y León está formada por dos regiones. Y todos a mirarnos un poco menos el ombligo.