QUERIDO MUNDO
EE.UU. no es Bush
A BASE DE CONFUNDIR al presidente Bush con Estados Unidos estamos desarrollando una visión cada vez más miope y cateta sobre lo que es y lo que ocurre hoy en ese país que comparte nuestra cultura europea (aunque no es la única que tiene). Continuamente hablamos -sobre todo en los medios de comunicación franceses- de un imperio en decadencia que trata de imponerse militarmente, acaudillado por el belicoso Bush y su guardia pretoriana de neoconservadores. Y algo debe haber de cierto en esto porque, en caso contrario, no se justificarían los recelos y las sospechas que despiertan en los demás. Pero se sigue ocultando lo principal: que, más allá de todas esas desconfianzas y prevenciones, está la admiración que se manifiesta claramente en el seguidismo de su forma de vida en el resto del mundo y que afecta a modas, métodos, propuestas culturales, etcétera. Una forma de vida que se propaga sin parar y que es bobaliconamente absorbida por casi todos. Recuerden esas imágenes vistas en televisión de Shangai o de Moscú, cuando pensamos -ustedes y yo- que mostraban alguna parte de Nueva York o Los Ángeles. No de París, de Berlín o de Madrid, por cierto. He pensado en ello estos días, mientras las Torres Gemelas caían de nuevo en los informativos y veíamos cómo los americanos conmemoraban el 11-S. Ni las mentiras y despropósitos de Bush han minado su convicción de que han sido víctimas de una gran injusticia histórica y que su país no puede estar a merced de terroristas. No sé si representan, como escribió el académico Francisco Rodríguez Adrados, «no sólo una nueva cultura, sino, objetivamente, la línea avanzada de la historia: la que culmina la que viene de Grecia, Roma, Europa y que hoy se expande por el mundo». Mirando a Bush cuesta creerlo, pero quizá también costaba creerlo en el pasado mirando a Nerón o a los adalides del III Reich. Sin forzar las comparaciones se puede decir que ni Nerón era Roma, ni Hitler era Alemania, ni Bush es Estados Unidos. Los estadounidenses tienen muchos fallos, pero no el de no creer en sí mismos y en su democracia. Lo digo desde mi declarada e inquebrantable preferencia por esta Europa que sí decae sin saber realmente a dónde va.