Diario de León

EL PULSO Y LA CRUZ

Contra la fe vergonzante

Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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Ha ARRANCADO el curso y por muchos espacios y páginas que se dediquen a la visita de la ministra Narbona y sus connotaciones polémicas, uno se sorprende venturosamente de que seguimos dentro de una atmósfera de cristianismo con la que no pueden ni los más recalcitrantes. Será cierto que nos vamos enfriando en la fe y que nos deslizamos lentamente hacia la indiferencia religiosa y que hay un porcentaje muy alto de jóvenes que se declaran increyentes y que la escala de valores por la que nos dirigimos es definidamente pagana. Todo ello será cierto y todo ello deberá ser un estímulo para sacarnos a los convencidamente cristianos de las modorras que producen la rutina, el individualismo y una espiritualidad desencarnada. Cierto. Pero también hemos de reconocer que abundan los signos de que estamos dentro de la matriz de una cultura evangelizada. A medias o en la medida que quieran, pero al fin y al cabo marcada por la fe en Jesucristo. Les adobo una serie de signos de que esto es así. Comencemos por las romerías y fiestas de esta época. No se conciben (o casi) sin la celebración religiosa. Ahí quedan o quedarán Trascastro, Buen Suceso, Camposagrado, Encina, Corona, Carballeda, Gracia, la Zarza, del Camino... y las fiestas del Cristo en Valencia de Don Juan, Bembibre, Santa María del Páramo, Pola de Gordón, Benavides, Lorenzana... y seguirán San Mateo, San Vicente de Paúl, San Miguel, los Ángeles Custodios, San Francisco de Asís y San Froilán. Casi nada. Y la época de la vendimia y de la sementera, que en la Liturgia se subliman en los días de Témporas de Penitencia, Acción de Gracias y Petición, días y celebraciones que actualizan las antiguas «rogativas». Con todo esto quiero acentuar la idea de que, en gran medida, nuestra realidad social y cultural es lo que es, gracias a la presencia de la fe cristiana anclada en lo más medular de su esencia. Vayamos a algunos ejemplos. El P. Fernando Campo, agustino natural de Campo de Villavidel, acaba de publicar un libro que es memoria de su pueblo natal; lo ha titulado «Historia de la Villa de Campo y Villavidel» y es resultado de más de treinta años de investigación; el volumen parte de los orígenes romanos del lugar (una villa romana fue descubierta en 1982), estudia la toponimia, describe las costumbres, levanta acta de las labores tradicionales y de las tecnologías del pasado, y recorre los nombres de personas que han nacido o han desempeñado oficios y servicios en la comarca (religiosos, sacerdotes, párrocos y cargos públicos civiles). En otro género se ha movido D. Gregorio Rodríguez Fernández, sacerdote que trabaja en la Curia y el Seminario de Astorga, que ha puesto en la calle su octavo libro, dedicado a alimentar desde la inspiración lírica la piedad cristiana de nuestras gentes; lo ha titulado «Devocionario poético popular» y ofrece composiciones en sencillos versos sobre diversos capítulos de la vida de fe, que es la vida ordinaria de muchas de las gentes de nuestras tierras. Las serenas silencios de La Cabrera le permitieron a D. Manuel Garrido Silván (ahora en Ponferrada) modular los matices del texto latino de «Las Geórgicas» de Virgilio y pasarlo bella y cuidadamente a román paladino con formato de libro, para disfrute de nostálgicos, regodeo de emotivos y homenaje a los cientos de parroquias que son eje de historia y vitalidad en nuestro mundo rural. Vendaval estético es el que invade la vida ciudadana con el 23 Festival de Órgano Catedral de León; si es que la música fue capaz de adormecer a la fiera de Cancerbero, malo será que estos conciertos no contribuyan a hacer el otoño menos caliente en la vida política, laboral y hasta pastoral. Abundan en el presente signos de la incidencia que en la vida ciudadana tiene la entrega sacerdotal: por eso mañana se rinde homenaje a D. Virgilio Riega, párroco de Valderas durante 36 años, y está decidido ya dedicar una calle en La Virgen del Camino al difunto dominico P. Eustoquio Hospital, que se nos fue en la Navidad pasada. Más. Las buenas gentes de Villaverde de Abajo, al lado del Torío, claman por contar con su propio templo. Ahí queda eso. Para que nuestra fe no sea vergonzante.

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