CRÉMER CONTRA CRÉMER
Los toros
TAL VEZ SEA NECESARIO que antes de cubrir este espacio que se me concede, hagamos una confesión pública: «Me gustan los toros». También les gustan a las vacas, pero de otra manera. A mí acabaron por seducirme a través de la poesía; que si Gerardo Diego, que si Alberti, que si tantísimos escritores, poetas y sociólogos como en España abundan, dieron conmigo, de condición muy impresionable en aficionado al espectáculo de los toros. León no parecía de una primera mirada tierra con el calor suficiente como para el montaje de corridas de toros, ni sueltos ni enamorados, pero tenía corral para toros y vaquillas desde tiempos inmemoriales: Desde que el mantenedor de la tabernona rural de Remoniche, convirtiera el corral de la finca en espacio en el cual bien podían montarse corridas para que el «Gas» y los hermanos zamoranos del barrio de La Vega ensayaran y demostraran su condición de lidiadores valientes. Luego, en vista de lo visto, un grupo heroico de leoneses, también tan amigos de los toros como las vacas y como nosotros mismos, promovieron una sociedad general de aficionados y con la aportación de algunos centros comerciales, entre los cuales destacaba la Cámara de Comercio e Industria de León, abrieron una suscripción pública y constituyeron la asociación con plaza, construida por el ilustre albañil Alberto «El Gochero». Y todo lo que vino después fueron vacilaciones y fracasos. Y con la bella plaza, que ofrecía la estampa de las ilustraciones del pintor Burgo Gar en su redonda fachada, la gente se desanimó y cuando el municipio, que era socio principal de la asociación taurina pensó en derribar la plaza para construir pisos para jóvenes sin techo, vino un señor montador de espectáculos con plaza puesta, y reabrió el tinglado, esta vez no solamente para toros y vaquillas, sino para cualquier que pagara por el uso y abuso de la arena, así se tratara de una feria de alimentos para personal sin trabajo como para exposición y venta de vinos con aguja... En la actualidad actual la placita de plata que era la plaza del Parque se ha quedado incorporada a las fiestas de San Juan y San Pedro, para una explotación legal y provechosa, y en fechas memorables de fiestas tradicionales, se celebran corridas, que unas veces salen regular y otras peor, pero que el empresario maneja con seguridad y ganancia. Y a lo que íbamos era a que precisamente en este tiempo, en el que se cruzan vientos contrarios para esta forma de expresión cultural y social, por la inclinación de las gentes civilizadas a suprimir de sus costumbres festejos bárbaros, la Plaza de Toros de León se ha convertido en un campo para todo, para artistas de vientres redondos y músicas atronadoras y para esa especie de Musac de las variedades que es en lo que ha quedado. Afortunadamente nunca en León ha surgido la idea de inventarse una forma distinta de la clásica de torear -la suerte y la muerte, que decía Gerardo Diego- como Dios manda, sin enmaromados ni usar cabras para ser arrojadas desde las torres de las iglesias.