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CRÉMER CONTRA CRÉMER

La sublevación de los peces

Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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APARECIÓ LA NOTICIA en los órganos dedicados al menester, como una nota curiosa y hasta esperpéntica del mar y de los peces. Hasta este momento emblemático del verano a la orilla del mar apaciguado y dispuesto a convertirse en dócil instrumento para la delicia del ser humano, el hombre y el mar, en momento de vacación no eran, no debieran ser, sino el aparataje económico de los explotadores de cuanto puede proporcionar solaz o provecho. Y el mar, desde los verdaderos orígenes de la especie humana, ha vivido por el mar, del mar y para el mar. Y cuando le sea llegado el momento de hacer el viaje del cual nunca se vuelve, el mar quedará como recurso obligado para la continuación del mundo. Porque en resumidas cuentas, el hombre no es sino una consecuencia de la transformación de las primeras señales depositadas en el fondo de los mares. La sexta parte de la inmensidad que nos contiene es agua, solamente agua. Y, según aseguran algunos de los más penetrantes científicos, de esta condición y de esta situación le viene al ser humano su inevitable atracción por el agua. Pero el mar es peligroso, como lo es el monte y la inmensidad de las arenas. Y a veces ocurren sucesos tan extraños como el de esa niña que en una de las costas de nuestro contorno náutico, fue atacada por «un pez», ni se dice de qué clase ni de qué naturaleza y reacción cuando se ve ocupado o atacado por algún elemento extraño. Y esta niña lo es. Un ser absolutamente inaudito, sorprendente y agresivo, invasor de su lugar específico. Se ignora cuáles fueron las reacciones de esta ingenua intrusa, invadiendo espacios marinos no cedidos voluntariamente, pero se conoce que el resultado de esta ocupación de espacios no debidos fue un fuerte ataque del pez a la niña cedió sangre de su herida al ser atacada. Pero yo digo que lo más tremendo de un caso parecido al de esta nadadora de la luna, sería sin duda la ansiedad que se siente cuando el agua nos atrae, nos envuelve, y nos arrastra. Es como si algo misterioso nos vaciara y nos dejara rendidos, sin capacidad de resistencia, sin fuerzas para oponerse a lo imprevisible y temeroso. El mar es un enormísimo instrumento devorador de hombres, no solamente marineros pescadores, luchadores contra lo imprevisible por razones de supervivencia, sino gentes de tierra adentro, soberbias, que intentan dominar el mar y penetrar en su misterio y dominar sus flujos, sus poderosas idas y venidas, sus voracidades. El mar es el instrumento del que se vale, no se sabe quién, para corregir las vanidades. Cuando al niño se le acoge en el bautismo marcándole con agua la señal de su condición, es, si se quiere, el signo más terminante de nuestra debilidad ante el poderío de la Naturaleza. Con auténtico temor a lo desconocido, en momentos de sinceridad con nuestros temores, decimos que cuando el mar se levanta contra sus amarras, contra sus fronteras y contra las restricciones que el hombre dispone, éste está cometiendo el error más lamentable, porque del mar venimos y al mar seremos devueltos.

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