LITURGIA DOMINICAL
Arrogancia y acogida
«La avaricia y la arrogancia son los principales vicios de los poderosos». Esta frase parece sacada de un sermón de un predicador moralizante. Y sin embargo fue escrita por Tácito, un historiador romano que pudo observar el comportamiento de Claudio y de Nerón. Con todo, esos dos vicios no sólo afectan a los grandes de la tierra: también constituyen una trampa oculta para todos nosotros. Los repliegues de nuestro corazón nos resultan con frecuencia desconocidos. Por eso el salmo 18 recoge la oración de un hombre piadoso que se dirige al Señor en estos términos: «Preserva a tu siervo de la arrogancia, para que no me domine: así quedaré libre e inocente del gran pecado». La arrogancia termina por arruinar los esfuerzos que hacemos por mantenernos en el bien y por anudar buenas relaciones de convivencia con las personas que nos rodean. El arrogante se vuelve repugnante y paga en soledad lo que había creído conquistar con su prepotencia. Espíritu de comunidad El evangelio que hoy se proclama en nuestras iglesias (Mc 9, 37-47) recoge muchas sentencias de Jesús que no parecen tener mucha relación entre sí. En realidad están unidas por un propósito: el de mantener en las comunidades cristianas el espíritu de Jesús. De hecho ofrecen al menos tres importantes avisos: 1. Subrayan la necesidad de acoger a los que hacen el bien, vengan de donde vengan, aunque su porte y su apariencia social los hagan parecer como extraños. 2. Además ensalzan la dignidad de los discípulos del Señor y anuncian el premio que espera a los que les prestan ayuda. 3. Y por fin, les exhortan a mantener una coherencia tal que no cause escándalo entre los que les observan ni los aleje a ellos de los ideales del Reino de Dios. Cada una de nuestras comunidades habrá de preguntarse a cuál de estos avisos habrá de prestar mayor atención. Y cada uno de los creyentes habrá de sentirse interpelado por todos ellos. Seguramente los tres se oponen a la tentación de la arrogancia. El plan de Dios De todas formas, en el evangelio queda flotando la advertencia de Jesús: «El que no está contra nosotros está a favor nuestro». No estaría mal recordarla en estos momentos. ¿ Vemos con qué furor se atacan las civilizaciones, los partidos políticos, los «hinchas» de los equipos deportivos, las bandas juveniles. Parece que nos encanta buscar personas que estén contra nosotros para poder estar contra ellas. ¿ Esas posturas «en-contra-das» son frecuentes también entre los que se dicen amigos y aun en el seno de las familias. «Dimes y diretes» o cuestiones de herencias hacen ver como adversarios a los que deberían ser vistos como colaboradores y como hermanos. ¿ Y algo de eso nos puede ocurrir en el ámbito de la fe. Los que nos transmiten la palabra y la voluntad de Dios son profetas que él nos envía. No podemos reservar ese título sólo a los de nuestro grupo o los de nuestra congregación. Dios envía siempre a quien Él quiere. - Señor Jesús, líbranos de nuestra arrogancia, para que formemos la comunidad que tú soñabas y nos ayudemos a acoger el plan de Dios sobre nosotros. Amén.