SOSERÍAS
Portugueses y españoles
MUCHOS PORTUGUESES -casi un treinta por ciento-estarían encantados si Portugal y España se unieran como en los tiempos de Felipe II, época en la que ambos reinos vivieron en relativa buena armonía hasta que la deshizo la política del cuarto Felipe y del conde-duque de Olivares que acabó por echar al monte al personal luso. ¿Son conscientes estos ilusos de lo que les espera con España? Yo creo que, para hacer el trato en términos de corrección comercial, habría que explicar previamente a nuestros vecinos con qué se van a encontrar. Para que se vayan preparando, mayormente. Hay que aclararles por ejemplo que aquí no se habla más que de la mochila de Vallecas y de las lenguas atropelladas por el centralismo, a veces de la opa de Endesa y, como eterno runrún de fondo, de una pasarela por donde desfilan unas señoritas con su belleza atrapada en unas caderas escurridas y un busto de escasas ambiciones. Documentarse en estos graves asuntos no es fácil pero se podría pensar en unos cursos de iniciación acelerados, organizados por los sindicatos, para que los portugueses pudieran meter baza en las conversaciones de las cenas y no quedar como unos paletos. Más trabajo tendrían para aprender algunos hallazgos hispanos como es el caso de las martingalas urbanísticas porque allí la costa todavía sigue pareciendo costa, con su mar y todo, una cosa antigua que ya no se lleva en los países progresistas con buen PIB e índice Nikkei a tono con el color de la corbata de seda. Aquí, la costa lleva camino de trocarse en un mar de cemento con altas olas de encofrados, que es el mejor destino que puede tener la costa. Porque ya está bien de soportarla, tan altiva ella con sus azules, sus cursis gaviotas y sus barcos en la lontananza, a la espera de que los pinte un artista engreído que no aspira más que a la flor natural de su pueblo. Para que no se impacientaran los lusos, les explicaríamos que la destrucción de las costas como las de los pueblos y los paisajes no ha sido cosa de un día, que ha sido necesario promulgar varias decenas de leyes del suelo y miles de planes generales y parciales para conseguirlo, y que los tribunales se han tenido que empeñar en resolver miles de pleitos al respecto. Tarea no fácil, un festival de papel timbrado pero que ha acabado por dar sus frutos: ¿qué se había creído el Mediterráneo con esas sus culturas que crujen de antiguas, o el Cantábrico que eleva a diario sus copas de espuma en una borrachera de altanería? Al horizonte claro hay que rodearlo y cercarlo con edificios, para borrar su futuro. Nosotros, sin embargo, no tendríamos más que ventajas. Porque sépase que nuestros vecinos hablan inglés con soltura y gustan de los libros. Esto último tiene mérito porque de jóvenes les obligaron a leer "Os Lusiadas", una obra concebida como canto pero cuya utilidad como elemento de tortura fue pronto descubierta y empleada con éxito contra aquellos que se negaban a confesar sus crímenes ante las fuerzas y cuerpos. Y, sin embargo, pese a estos retorcidos comienzos, cuando le dieron a la pluma lo hicieron con galanura excelsa. Eça de Queiroz es un dios victorioso de las letras, "Los Maias", "El crimen del padre Amaro", ... Con su amigo Ramalho Ortigao escribieron "As Farpas", a las que estas modestas "soserías" tanto deben, y de ahí a Castelo Branco, a Antero de Quental, los suicidas más estéticos de Portugal, no hay más que un paso, que se completa con Pessoa, conocido en España probablemente porque su apellido recuerda a las siglas de un poderoso partido político. Ahora bien, todo no son delicias en las letras portuguesas pues, para compensar, ahí están los libros de Saramago, terapia contra insomnes, nidos abandonados por los vencejos y las aves alegres. Únicamente, me quedo con su Viaje a Portugal porque leer esta obra tiene algo de la compra de un billete en un tren juguetón con las memorias y avanzar en él abriendo galerías en el paisaje sorprendido.