Diario de León
Publicado por
ROBERTO L. BLANCO VALDÉS
León

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ES CONOCIDA la regla de oro a seguir frente al chantaje: no pagar. Quien la incumple ya sabe lo que le queda por delante: satisfacer al chantajista haciendo frente a la exacción que se le fije, exacción que irá aumentando en la medida en que cobrador vaya estando más seguro de la debilidad del pagador. Hace unos años se levantó en Francia una polvareda formidable, cuando las autoridades decidieron suprimir el velo islámico en las escuelas del país. El debate era si debían prevalecer las convicciones religiosas de las familias musulmanas o la aconfesionalidad sobre la que estaba construida la República. Desde entonces el radicalismo musulmán ha practicado en Occidente una política de achique de espacios que reduce día a día lo que los fundamentalistas están dispuestos a aceptar y amplia, en la misma proporción, lo que las sociedades abiertas deberían estar obligadas a tragar. ¿Cómo lo ha hecho? Con una sinuosa combinación de palo y caramelo, es decir, de chantaje para los más recalcitrantes y corrección política para los más condescendientes. Los resultados están a la vista: el escándalo no nace ahora de una pretensión de prohibir el velo islámico, sino del simple hecho de que un ex-ministro, Jack Straw, se haya atrevido a sugerir, con inmaculada pulcritud, que prescindir del velo facilitaría la libertad de relaciones de las musulmanas que viven en Inglaterra. Tan tamaño agravio ha hecho saltar inmediatamente el resorte del chantaje entre los dirigentes musulmanes, dispuestos siempre a subir un poco más el listón de lo que supuestamente ofende a quienes viven bajo su férula implacable. Pero ha provocado también que la corrección política, siempre oportunista, haya llevado a algunos líderes ingleses a criticar por «insensible» o por portador de «doctrinas peligrosas» a un político que se ha limitado a ejercer un derecho básico: el de expresar libremente sus ideas. El debate no es menos significativo, en todo caso, que el provocado en nuestras tierras levantinas por la decisión de algunos pueblos que, autocensurándose ya antes de que nadie se lo pida, han optado por suprimir ciertas partes de las fiestas de moros y cristianos presumiblemente ofensivas para quienes administran la doctrina del profeta. Su respuesta, del todo previsible, no se ha hecho esperar: no es suficiente, han dicho llenos de razón; y han exigido, claro está, que se supriman las fiestas de raíz. Por el momento.

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