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CARLOS G. REIGOSA
León

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LA EXTREMA derecha está creciendo en Europa, favorecida por la estupidez de una derecha hipócrita y de una progresía anquilosada y retórica, desconectada de la realidad social. Con razón los partidos tradicionales se echan ahora las manos a la cabeza. Formaciones antisistema, xenófobas o neonazis están obteniendo unos apoyos electorales crecientes, ocupando esos lugares que la derecha y la izquierda democráticas descuidan irresponsablemente. ¿Cómo explicar, si no, que la extrema derecha alemana esté creciendo más entre los menos favorecidos? ¿Cómo justificar semejante crecimiento en Austria, donde ya supera el 15% de los votos? ¿Cómo interpretar que Jean-Marie Le Pen cuente en Francia con casi un 15% en las encuestas de intención de voto? ¿Cómo enjuiciar el reciente éxito electoral del partido ultraderechista flamenco Vlaams Belang en Bélgica? ¿Qué deducir de similares tendencias en Polonia, Eslovaquia o las profundamente democráticas Dinamarca y Suiza? Los políticos de los partidos tradicionales buscan culpables por todas partes, menos en sus propias casas. Sin embargo, el voto está cambiando porque ellos prefieren sus peleas ideológicas al pragmatismo político. Los ultras recogen sus votos en caladeros sociales atiborrados de conflictos, descontento, desempleo y marginación. Los hermosos discursos sobre el multiculturalismo, la integración social y la libertad-igualdad-fraternidad se convierten en palabras necias cuando se pronuncian en el lugar equivocado, es decir, en esos ámbitos donde el paro, el miedo, la inseguridad y la falta de horizontes lo devastan todo. En estos casos, tanto la derecha como la izquierda deben abandonar sus dulces retóricas y ofrecer soluciones prácticas y eficaces, aunque no coincidan con su mejor discurso político. De no hacerlo así, seguirán alimentando a una extrema derecha que no se anda con rodeos ni teme ser calificada de nacionalista o xenófoba. España está aún al margen de estos riesgos, pero quizá no por mucho tiempo. El PSOE y el PP empiezan a cojear del mismo pie: exceso de ideología y déficit de pragmatismo. Todavía están a tiempo de evitar lo peor. Y deben hacerlo. Por el bien de todos.