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| Crónica | La historia censurada |

El?sitio que Fraga olvidó en Palomares

José Ortiz, un guardia civil jubilado por enfermedad, estuvo trabajando durante casi dos años en los terrenos en los que cayeron las bombas atómicas norteamericanas en Almería

José Ortiz denuncia la radiación a la que estuvo sometido

Publicado por
África Mateo - almería
León

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José Ortiz, un guardia civil almeriense jubilado por enfermedad, se ha animado a contar su caso, después de comprobar que «los americanos han levantado la veda» de lo que sucedió en la localidad almeriense de Palomares hace 40 años, cuando un avión norteamericano «perdió» cuatro bombas atómicas junto a la playa. El anuncio de que los gobiernos de España y Estados Unidos van a limpiar la zona de radiactividad ha resucitado todos los fantasmas de aquel joven almeriense de 23 años que vivió durante más de un año junto a las diez hectáreas que las bombas calcinaron en enero de 1966. Ortiz se incorporó a la Guardia Civil desde el Ejército para servir en Santander. Al poco tiempo, en 1972, fue destinado al Puesto Llano de Blanquizares, en Palomares. Tenía una única misión: que no pasaran ni personas ni ganado por esas diez hectáreas. Tenía 23 años y sabía poco acerca de su nuevo destino. «Se conocía como el 'puesto de los arrestados', porque estaba todo contaminado», relata el agente jubilado. El alcalde, para tranquilizarlos, les decía que «si Fraga Iribarne se había bañado, a nosotros no nos iba a pasar nada, por nuestra juventud». Pero la estancia en Palomares suponía 24 horas detrás de otras 24: «De vez en cuando venía el alcalde a traernos una cerveza y un bocadillo, porque no podíamos abandonar el lugar y ni siquiera podíamos comer». Se trataba de un puesto fijo del Instituto Armado, en el que José y sus otros siete compañeros tenían que «derramar hasta la última gota de sangre por España, que es una y libre», les decían los mandos superiores, que nunca se acercaban hasta Palomares. En una ocasión, José recuerda que contradijo esta afirmación, al considerar que su situación restaba sentido a lo de «libre». Le cambiaron la ubicación y lo pusieron a vigilar el espacio concreto en el que cayó una de las bombas, «que estaba completamente calcinado, hasta las rocas estaban quemadas». Un año de radiactividad El 25 de agosto de 1973, según cuenta, «vinieron unos señores -que debían de ser altos oficiales americanos- con caretas, bombas de oxígeno y, sobre todo, con mucha prepotencia y chulería, y nos dijeron que tenían que tomarnos muestras con unos aparatos. Nos quitaron todo y nos dejaron en calzoncillos». El propósito de los americanos era hacer unas mediciones «no por nosotros, sino por lo que pudiéramos contaminar». Tras realizar las pruebas, les entregaron unos monos para que se vistieran, «metieron la ropa en bolsas» y desaparecieron». José y sus compañeros nunca conocieron los resultados y, por supuesto, nunca volvieron a ver aquellas prendas. Hasta la fecha, lo único que este agente retirado tiene claro es que «estuve durante más de un año sometido diaria y permanentemente a la radiactividad». José tenía otros siete compañeros en el Puesto Llano de Blanquizares, de los que ya han fallecido seis. Todos viajaron a Madrid en distintas ocasiones, llamados por el Instituto Armado, para someterse a nuevas pruebas en el antiguo hospital militar Gómez Ulla. «Cuando preguntaba qué pasaba, sólo me respondían que yo no lo iba a entender», explica José, quien confesó haberse sentido como un «conejillo de indias». José pidió el traslado de Palomares, pero era demasiado tarde cuando logró que lo destinaran al conocido como «puesto de los solteros», otro enclave solitario, ubicado en las antiguas minas de oro de Rodalquilar. Allí empezó a marearse con frecuencia, vomitaba y sentía fuertes dolores de cabeza, lumbares y cervicales. Inició una larga peregrinación por diversos centros de salud, hasta que en 1987 el Tribunal Médico Central del Ejército le diagnosticó espondiloartrosis cervical, una enfermedad degenerativa de la columna, que derivó en la incapacidad «notoria» para poder ejercer como guardia civil. Reserva activa En pocas palabras, lo jubilaron del Cuerpo y, tras certificar una discapacidad del 33%, le animaron a buscar trabajo en alguna empresa privada. Eso sí, después de jubilarlo, «me pasaron un tiempo a la reserva activa, para tenerme bajo su disciplina». Ahora, 34 años después, José Ortiz quiere denunciar que «nos estuvieron ocultando sistemáticamente el porqué de los viajes Madrid» y también quiere pedir que «se haga justicia con las personas que estamos gravemente enfermas», porque si la Guardia Civil fuera un cuerpo desmilitarizado, «no hubieran sucedido estos hechos», sostiene. Ningún médico ha podido confirmar hasta ahora que su enfermedad degenerativa es consecuencia de la posible contaminación radiactiva a la que asegura que estuvo sometido, a excepción de un médico forense que «me explicó que esta enfermedad si no se tiene de nacimiento, puede surgir por causas directamente relacionadas con lo que padecí». José descarta la primera opción, porque siempre fue un gran deportista, que hacía submarinismo y ejerció como paracaidista, actividades para las que habría estado imposibilitado si hubiese nacido con la enfermedad, según detalló. Esta semana, José Ortiz se ha dirigido a la Comandancia de la Guardia Civil de Almería para solicitar el expediente de su caso. Lo sorprendente es que «me responden que no hay constancia de nada, ni en los archivos, ni en la memoria del ordenador, sólo las fechas de los destinos que he tenido a lo largo de los años de servicio».

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