Diario de León

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PARA empezar, responde: Si el ojo que todo lo ve existe, ¿Dios también? Y el que todo lo ve, ¿también es todopoderoso, omnipotente?... El ojo que todo lo ve está en este mismo momento contemplando verticalmente tu calva. No es que le importe tu alopecia o le parezca curiosa. Ni siquiera sabe tu nombre. Tú eres sólo cosa, pura cosa, un tipo más en el inmenso paisaje que fisga y fotografía a cada instante. Puede sentirse todo un dios el dueño de ese ojo, que resulta ser un tinglado empresarial y político que pone en órbita satélites de comunicaciones con objetivos tan precisos que retratan hasta el catarro. Esa precisión es asombrosa. Y acojonante en su sentido más literal. Agüeva lo suyo saber que sales a la calle y puedes saludar al cielo sin que te tomen por loco porque en ese mismo instante están enchufando sus objetivos a tus miserias seis, siete, ¿quince, sesenta? satélites de telecomunicación con millones de llamadas simultáneas, imágenes, televisiones... Tú, saluda. Ya que vas a salir en la foto, que se vea tu actitud cortés y hospitalaria, tu estampa caballera. Tampoco se van a ofender especialmente si pones bien tieso el dedo corazón y exclamas ¡que te folle un asteroide!, pero con aire risueño, como cantando lo de la bienvenida a míster Marshall, «americanos, os recibimos con alegría»... En internet hay ya varios servidores que ofrecen estas imágenes de satélite y con informaciones de la realidad terrestre que sirven de mucho. Sale tu finca y puedes medirla con precisión para ver si te engañaba quien te la vendió. Buscas cualquier sitio del planeta, un hotel finlandés con su parque al lado o el valle más perdido del Congo belga, y allí aparece con todos sus detalles. En la oferta gratuita de esos servidores a la que accede cualquiera he logrado ver la terraza de mi casa y se contaban los tiestos, pero si pagas un abono anual de cuatrocientos leandros, la cosa debe ser la rebimba. Entonces cualquiera se pregunta qué información e imágenes no tendrán los que tienen la sartén por el mango, el poder por el rabo y el manto de Dios como investidura parlamentaria, porque de los militares de las grandes potencias nadie duda ya que disponen de la mejor y más secreta de estas informaciones, de las imágenes que escupe el ojo de Dios.

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