Diario de León

Desafío extremo En la cumbre del Carstenz

La cima de la tormenta

El leonés Jesús Calleja corona la Pirámide de Carstensz, una especie de pararrayos natural en medio de la selva más impenetrable del Planeta tras la del Amazonas

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Jesús Calleja
León

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Me encuentro dentro de mi tienda de campaña, aguantando estoicamente el aguacero que sin tregua cae todos los días en esta región a partir de las 12, sufriendo un fuerte aparato eléctrico pues aquí las nubes alcanzan en ocasiones los 15.000 metros o más de altura. Y la Pirámide de Carstensz es un pararrayos natural. La verdad es que acongoja. Pero lo más importante es que ¡hoy hice cima! Sí, amigos lectores, por fin tengo la cima de esta esquiva montaña. Sin duda, de las siete cimas más altas de todos los continentes es la menos ascendida por la dificultad de infraestructura que hace falta, el interminable número de documentos, certificados y permisos, además de encontrarse justo en la mitad de Papua, donde se localiza la segunda selva más impenetrable del Planeta después del Amazonas. Toda la mala racha que he tenido anteriormente con esta cima me cambió de repente. A las 4 de la madrugada me despierta nuestro contacto local en Nabire (por cierto, una ciudad infestada del mosquito anofeles, con el hospital abarrotado de gente con malaria) y me dice que el helicóptero me espera. Así que me visto a toda prisa. Me trasladan al lúgubre aeropuerto. Y sí, en efecto, estaban calentado los motores del cacharro. Así que de pronto me encuentro en Enarotali, en un espectacular vuelo por la selva. Resumiendo: en cinco horas pasé del mar a 4.100 metros de altura del campo base no sin antes disfrutar de otro vuelo aun más impresionante: de la selva profunda al paisaje alpino y, entre medias, increíbles picos de caliza por todos lados desde donde se descuelgan largas cascadas como hilos de plata. Todo en mitad de una selva totalmente tupida. Antes de aterrizar, el helicóptero tiene que pasar por encima de la mina de oro, cobre, níquel, diamantes y uranio más grande del mundo. Para que os hagáis una idea de las dimensiones de ese lugar, trabajan 20.000 personas las 24 horas del día y constantemente hay 500 camiones gigantescos desplazando material. Esta mina, que no deja indiferente a nadie, llegará a comerse el campo base. Llegué a las 10 de la mañana y me dispuse a instalar la tienda de campaña y a prepararme algo de comida, pues el cocinero que habíamos contratado estaba muy enfermo de mal de altura. No me extraña, pues vive en la costa todo el año y no sé quién le engañaría para que subiera a esta altura. Sin pensarlo dos veces me levanto a las 4,30 de la mañana. Una hora más tarde estaba ya en marcha con el indonesio que se me ha unido. Alcanzamos la base de la pared y, desde ese momento hasta la cima, la escalada es vertical completamente. Ochocientos metros de caliza vertical. Aprieto los dientes para que no se rompan las cuerdas, viejas y gastadas. ¡Por fin la cima de la Pirámide de Carstensz¡. Empieza a caer una fina nieve como escarcha. Ascendimos y descendimos muy deprisa porque sabíamos que a las 12 del mediodía empezarían las lluvias torrenciales y, lo peor de todo, el fortísimo y peligroso aparato eléctrico. A mí personalmente no me gustaría que me atrapara por el medio. Ahora estoy oyendo el agua caer desde mi tienda y es ensordecedor. Más que lluvia es un auténtico diluvio. Ahora esperaré aquí el tiempo que sea necesario, que puede ser desde un día a una semana. Depende de las ganas del piloto y del tiempo. Pero estoy pletórico y feliz con mi nueva cima. Conclusión: escalada hermosa, de cierta dificultad técnica, algo expuesta y pasada por agua en uno de los rincones más hermosos que he visto. Nunca antes había escalado en un lugar tan singular. Gracias lectores. Vuestro ánimo me reconforta en cualquier situación por problemática y dura que parezca. Desde las inhóspitas tierras de Papua, en mitad de su impenetrable selva, Jesús Calleja. ESCRIBE: Siga la aventura en: www.jesuscalleja.es

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