El paisanaje
Por un tubo
ENTRE las muchas cosas que la ministra Narbona presume conocer y no sabe sobre cambios climáticos figura, con toda seguridad, el que ha habido aquí estos días: hemos pasado directamente de la sequía a la riada y de apagar incendios forestales a desatascar inundaciones. Si quiere ver el efecto invernadero tal como es en realidad, todo lo contrario de lo que ella piensa, le podemos dejar una pala, lo más tardar la semana que viene, para que vaya espalando el puerto de Pajares. Como es natural, cada vez que el Gobierno amenaza con polvo, sudor y lágrimas a causa del calentamiento global del planeta aquí nos llega el agua hasta donde la espalda pierde su honesto nombre. Puede, según la UPL que los de León no tengamos autonomía, pero sí microclima propio, o puede también que la ministra deba prescindir de sus asesores en tanta ciencia moderna sobre emisiones de CO2 -qué majas y cómo daban sombra las boinas de las térmicas de La Robla y Compostilla- deshielos, ciclones, anticiclones, isobaras y demás palabrería progresista. Narbona lo que necesita es comprar el Calendario Zaragozano , donde pone bien claro, desde la última glaciación como mínimo, que esta provincia sólo tiene dos estaciones, a saber y dos puntos: el invierno y la de Renfe. Se añade a continuación que el clima sólo es bueno «para los bueyes y algún que otro canónigo». Estamos con el agua al cuello, los ríos se desbordan y Narbona quiere que cerremos el grifo. Temiendo lo peor llamé ayer al Ayuntamiento y pregunté cabreado la siguiente bobada: «¿Machos, pensais hacer algo para que no se me meta el río en casa?». A lo que un funcionario se limitó a responder, siguiéndome la corriente, que la Condederación Hidrográfica del Duero no les dejaba quitar un palillo del cauce, ni siquiera pagando, no digamos ya limpiar las altas choperas riberanas. La contestación fue similar en la Diputación, cuyos técnicos dijeron igualmente carecer de planes por falta de jurisdicción sobre la cuenca del Duero y su Confederación, que les supera. Por último y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid se me ocurrió llamar a la CHD, pero reclamaron un cuestionario de preguntas, previo filtro del gabinete de prensa, que prometió responder para cuando las aguas vuelvan a su cauce, o sea en agosto. La ministra Narbona es especialista en sancionar a las térmicas por no ajustarse en sus emisiones de anhídrido carbónico al Protocolo de Kioto y en advertir a los particulares que tienen que ahorrar agua en el caldo del cocido, abstenerse de frecuentar los campos de golf y echar sólo dos cubitos de hielo al whisky bajo apercibimiento de que les puede salir caro. De momento diluvia y el Gobierno ya ha aprobado una subida de la factura de la luz a favor de las hidroeléctricas, así que no sabe uno a qué atenerse. O, como dice el refrán gallego, nos mean encima y hay que decir que llueve. La ministra debería echar mano de un talonario de multas más gordo que el actual con que nos abruma. Y, puestos a tirar de él, puede empezar por las confederaciones hidrográficas, que son como un remanso de funcionarios patosos (ojo, de pato, señor juez), a los que cuando les preguntas por la riada te responden «¿ cuac qué? », todos con el hígado bien cubierto de nónimas estatales. Lástima de no ser cocinero y francés, porque su señoría, aunque me pongan la demanda, no se imagina qué paté tan exquisito. Y caro. Y seguir en la libreta con la colega Magdalena Álvarez, la de Fomento, que a medias con Narbona quiere fomentar los regadíos aquí y garantizar el agua a los jubilados del Inserso en Bernidorm sin hacer trasvases ni pantanos. Las sanjuanadas oficiales sobre el medio ambiente están claras estos días, cuando los ríos bajan turbios de tanta agua y te sancionan por dejar el grifo abierto durante el afeitado o tiras en demasía de la cadena. Diarrea medioambiental con las neuronas sin peinar le llaman a eso los del Bierzo, La Cabrera o la Montaña, donde lo que sobra ahora es agua corriente. Para los que somos de pueblo y no de piso las teorías de la Narbona nos recuerdan el chiste del pastor que se cruzó con su rebaño en la carretera con un coche oficial. «Oiga», le apostó el del automóvil, «¿si adivino cuantas ovejas tiene, me daría el lechal más tierno?». Dicho y hecho, tiró de ordenador portatil, vía satélite de la Pac y concluyó: «Son 1.001, de ellas 499 preñadas, y un cabrito». Y, cuando ya marchaba, el pastor lo paró: «¿Si yo también adivino quién es usted, me devolvería el bicho?». «Claro». «Usted es el ministro de Agricultura». «¿Cómo lo ha sabido?», se mosqueó éste último. Como que se le llevaba el perrín de carea.