Diario de León

EL PULSO Y LA CRUZ

Lunáticos, disidentes y ficheros

Publicado por
ANTONIO TROBAJO
León

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Entramos en el mes, al decir de algunos, más hermoso de nuestra geografía. Es el tiempo de la caída de la hoja, con esa muerte anunciada de la vida vegetal y el adorno de colores que encarnan la lucha entre lo perecedero y lo que volverá a brotar. Tal vez por eso es fácil unir a la climatología la teología. Noviembre es también el mes de los difuntos, de las novenas de Ánimas y de las visitas a los cementerios. Pero debe ser sobre todo el mes de la esperanza, del invierno incipiente que algún día se verá derrotado por la primavera restallante, de la muerte que está fecundada de eternidad. No son expresiones poéticas sin más, sujetas a las fiebres de cualquier vate inspirado. Ni son juicios sociológicos, que estén en almoneda en el gran mercado de la cultura postmoderna de la contemporaneidad. Son valores humanísticos que responden a la dimensión trascendente de las personas y aun de las cosas. Con Dios al fondo, el Dios para quien toda criatura vive, todas las situaciones son susceptibles de mejoramiento. Todo lo contrario que en la fatalista ley de Murphy. Que, por cierto, es temible; y más si coincide con la fase de la luna llena en la que estamos. Créanme que en su influencia creo a pie juntillas. Y no es superstición ni anclaje en lo precientífico. Es pura observación y contabilidad estadística. Me crean o no me crean, anden con tiento estos días, que se nos disparan los «lunáticos» y especímenes contiguos. Vayamos a otras cosas que nos han llamado la atención y que son el pulso diario de la leve cruz que llevamos sobre la espalda. Perplejidad la de uno cuando se entera de la rotura de vestiduras de un edil ante las palabras de un presbítero que pronunciaba una homilía en consonancia con la doctrina tradicional de la Iglesia; estoy seguro de que algunas cosas de las que dijo no serían «políticamente correctas», pero esa es poca razón para descalificar homilía y homileta; tal vez el confusionismo parta de la mezcla de situaciones: una Misa jamás la organiza un Ayuntamiento ni la presiden Alcalde y concejales; la Misa es del Pueblo de Dios, integrado por todos los creyentes que en ella se representan a sí mismos y se supone que están en sintonía mental y cordial con lo que allí se celebra. Imagínense que servidor cayera por una reunión de rosacruces o de sectas satánicas o de religión islámica. Estoy seguro de que los portavoces de esos grupos no coincidirían conmigo en muchas cosas. Ni yo con ellos. La clave puede estar -y lo digo con un cierto grado de temor a que no me exprese bien- en que, en mi caso, no estaba ni en el lugar apropiado ni en el tiempo oportuno. O sea, lo que se suele decir de uno cuando está fuera de sitio. El tópico del pulpo en garaje o el elefante en cacharrería. Todo le sonará a extraño, si no escandalizante. Porque de buena fuente sé que la homilía tuvo un hilo conductor central que comparto plenamente: no todo lo que es legal es moral, ni mucho menos. La historia está llena de crímenes y excentricidades, que, aun con el visto bueno de mayorías, no dejaron de ser crímenes de lesa humanidad o meteduras olímpicas de pata. Conste, por último, que escribo lo que escribo con el máximo respeto para la disidencia. Tiene, quien disienta, pleno derecho a hacerlo, pero no a imponer su criterio de los demás. ¿O no? Tristeza de uno al saber que no acaba de solucionarse el asunto de Moscas del Páramo, con denuncias de por medio y situaciones de entredicho «de facto». ¿No será posible «desfacer lo fecho» y dejar en manos imparciales la solución de si la cruz es la auténtica o me la han cambiado? ¿Dónde quedan aquellos dictámenes de «hombres buenos» de otras épocas? Si nos fiáramos más unos de otros y creyéramos en la buena voluntad del prójimo, no llegaríamos a la penosa coyuntura de que pasen las celebraciones litúrgicas de los Fieles Difuntos sin la presencia de un presbítero que ofrezca la Eucaristía y dirija el rezo por los fallecidos. Para compensar, levanto acta y copa por D. Argimiro Alonso, homenajeado en su parroquia de San Martín de la capital por su cincuenta años de cura y treinta y siete justos de párroco. Todo lo tiene en el fichero más completo que se imaginan. Por muchos años.

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