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NO SÉ cómo me las arreglo para caer antipático a tanta gente por contrariarles opinión o por lanzar cornada a los bajos, pero tocando ocarina en el asunto del Emperador logré que unos miles, pocos, se sumen a la considerable cola de los que piensan que tengo un guantazo... y que se apuntan. Pues sostengo. Y cocerán furias si los dineros del ayuntamiento se ponen electoreros a campañear y chapuzar en este pilón de lágrimas (ahí van también las mías) en que hemos convertido el «¿gravísimo e injurioso para León?» cierre de este teatro. ¿Hay necesidad de que las agónicas arcas municipales paguen otra comedia porque todos se pegan ahora por ver quién es más leonés, sociallionés, pepelleounés, leonesístoles, leonediástoles o leonesillones?... uf, qué lío y qué extraña concordancia... ¡Nos cierran el Emperador y es de todos!... Non fotis, nen; la cosa es sólo de su dueño (¿y pensará que el acalde se llama Mario Mealivia?). Todo el mundo, poco o algo, tiene un pedazo de memoria sentimental pegada a los cortinones de esta distinguida corrala de corta historia y mucho boato provinciano, teatrón postinero que luce como vienés en barroco de escayola y purpurina. Todos alojamos en esa caja oscura algún embelesamiento, festejamiento o tocamiento, recuerdos de ozonopino con la estampa policial de un acomodador de linterna... y un ambigú en altillo para ronchar intermedios. Así que también me conduele el enterrar mi capazo de recuerdos grapados a este teatro donde tengo echado mucho estar y campear en gallineros, patios de butaca y escenarios (hasta canté o actué), entrando en tripas y camerinos o palpando solemnidad y coristas. Cuando comencé de periodista de libreta para la cabecera de este Diario estrenándose los setenta, se me franquearon las puertas del Emperador con todo su mundo fascinante. Me chiflaba el teatro. Oteruelo, el director (salud, Alfredo, en tu cielo), me mandaba entrevistar a artistas. Y a los que no, me apuntaba. En mi papel fui notario de sus latidos en estas décadas: estrenos, dramas, festivales, recitales, congresos, galas provincianas, exaltaciones, mítines o rebimbas. Así que procede irlo contando, sacar los retratos, que no son pocos. Quizá se alargue porque aquí está el gran teatro de esta ciudad. Y no protestes de la matraca. También tú sales en la foto.

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