Diario de León

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SUBIERON a ese escenario puesto en solemnidad un coro del ejército ruso, el ballet de las pastorinas, Darío Fo comiéndose en solitario todo el negro de la caja de escena, Nuria Espert con los amores estériles de Yerma, la bulla incontenible del primer certamen nacional de conjuntos musicovocales (no había otra forma más cursi y administrativa de denominar un certamen musical), los trinos del national-folk de Antoñita Moreno, las castañuelas de Lucerito Tena... subieron autoridades en clausuras o inauguraciones, los bombos de la lotería nacional, Manolo Escobar en loor de multitud provinciana en ferias, todos los jefes provinciales del Movimiento con sus camisas viejas y correajes (mientras Paco Umbral ruborizaba en el piso de arriba -Círculo Medina- a las benditas y ahormadas cabecitas de la Sección Femenina)... subían y subieron a ese escenacio todos, rondallas, escolanías, teatrillos de instituto, tunas y más tunas, foreros y asamblearios, congregaciones y misioneras, toreros y maulas, jerarquías y zarzueleros... Y subió un día Jorge Cafrune en una de sus últimas actuaciones en España. Cafrune era un mito de la canción argentina con barbas capuchinas y unos atalajes gauchos que infundían mucha teatralidad a su oronda corpulencia y la última vez que le ví en vida fue en este escenario del teatro Emperador acompañado de aquel chaval con el que cantaba lo de Virgen morenita, Marito. Llegó al teatro en su rulote -tacaño era el tío para pagar hotel o restaurante y hasta la comida se preparaba en su casa rodante; o la compra, que la hizo en el mercado de la Plaza Mayor madrugando la intemerata para regatear con las verduleras de Alija y Vilecha- y subió a aquellos camerinos algo lóbregos acompañado de un perro mil leches que ataba con una cuerda y no collar. Me contó que a la entrada de León se lo había encontrado abandonado en la carretera. Lo adoptó y acabó llevándoselo a la Argentina. Cuando un camión arrolló y mató a Cafrune en su caballo por las carreteras de Rosario, ese perro cazurrillo iba con él... y de nuevo, seguramente, se empadronó en el arcén. El teatro de la vida fue alojando sus actos en este teatro en el que, si el todo León pasó por sus butacas, la mitad, al menos, también asomó alguna vez sobre las tablas de la representación.

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