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Publicado por
XOSÉ LUIS BARREIRO
León

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TREINTA AÑOS después de muerto, tras haberse asegurado de que no iba a resucitar, y habiendo esperado a que dejase la Xunta el ex ministro de Información y Turismo, la Universidad de Santiago acaba retirarle a Franco el título de doctor temoris causa que antaño le otorgó. Una decisión que, además de adoptarse en flagrante ilegalidad (sólo podría hacerlo un juez, y los jueces no juzgan a los muertos), pone en evidencia la extrema soberbia de una institución que quiere evadirse de su historia, como si su trayectoria fuese mejor que la del pueblo que cantaban el Cara al sol en los funerales por José Antonio, o la de los alumnos que tuvieron que jurar los principios del Movimiento; y comparable en grandeza a los que, por no doblar la cerviz, pasaron por el paredón o por la cárcel. El título de doctor honoris causa se le concedió a Franco en 1965, cuando muchos estudiantes iban presos por oponerse al dictador, y cuando nada grave le hubiese pasado a los catedráticos por haberse negado a tan humillante felonía. Y por eso hay que decir que ese título forma parte de nuestra historia a modo de fantástica lección. Porque es la perfecta demostración de que, si las circunstancias cambiasen, lo que antes se dio por unanimidad, y ahora se quita por unanimidad, volvería a darse -¡gaudeamus igitur!- por la misma unanimidad. ¿Es más valiente este claustro que el de 1965? ¿Es más ejemplar la Universidad que los miles de ciudadanos que tuvieron que tragar las humillaciones que los profesores de Santiago pudieron evitar? ¿Resistirían todos los honoris causa que quedan el examen que se le hizo a Franco? ¿Se puede corregir la historia quitándole a Hitler su victoria electoral, trucando las fotos de la Plaza de Oriente, o dando por perdido el referéndum de 1966 sobre la Ley Orgánica? Para la memoria del pueblo es muy importante saber que los catedráticos, cuando ven brillo de sables, inclinan la cabeza igual que los empresarios, los jueces y los obispos. Los guerreros de la Reconquista identificaron como cobardes a aquellos que primero huían de la zarracina, mientras la gloria se ganaba con sangre, y que aparecían después, con la batalla ganada, para alancear moros muertos. Y yo, que nunca puedo callarme, también tengo la sensación de que el claustro de Santiago acaba de darle una estocada al Caudillo en su versión de moro muerto. Un bochorno.

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