Donde no
NO HAY mejor prueba de raza periodísitica que ver un reportero sagaz o un gacetillas picudo metiéndose donde no le llaman. Una buena parte del oficio este prefiere, sin embargo, aguardar y sujetarse a convocatorias, esperar a que les toquen la campana porque la prudencia vaticana, la corrección política y hasta la vieja conseja popular amenazan con que «no te metas donde no te llaman». Pero hay ciertos especímenes de esta profesión «del ver y del contar» a quienes cuesta estarse quietos en estos rediles de la cautela y la cortesía, así que se dedican a meter las narices por ahí, aun a riesgo de sartenazo. Son esos pocos periodistas sin collar que cazan fuera de la mano y de la batida señalada; incluso se adentran en lo espeso del monte o en watergates, perquisan, dudan siempre de casi todo... y no se casan. Gracias a los casos honorables y hasta heroicos de cuantísimos periodistas grandes y con narices que entendieron el periodismo sólamente como el ojo que te presta el pueblo ciudadano, tu gente, periodismo ejercido como notaría intachable donde se confirma y se da cuenta de lo que hay, periodismo como testigo de nadie y, por ello, de todos... gracias, digo, a ellos y a la honra que les tomamos prestada, vivimos los demás hasta del cuento y podemos decirnos que este es un oficio honroso. Ya nos vale. Hay agentes secretos, policía secreta o unidades secretas de intervención, pero todavía no se ha inventado el periodista secreto. Y ya es lástima, porque sembrar unos cuantos «tapados» aquí y allá o bajo alfombras, sería revelador y despampanante; siempre se descubren cositas... y zampones. Nada de lo que suceda en cualquier lugar o corro le es ajeno a la sociedad, a la opinión pública, al ciudadano que tiene el derecho, y el deber, de estar correctamente informado, periodista mediante... o no. Lo de «no te metas donde no te llaman» tiene variante con brillante coña cazurrona y figura entre los mandamientos de la cazurrancia: «a donde no te llaman, ¿qué coños te quedrán ?». Lo acepto como norma, pero también con su excepción. No pocas veces meter napia no es delito, sino precepto. Por eso, el buen director, cuando manda un redactor a una rueda de prensa (a la campana), envía otro al lugar opuesto... a donde no le llaman.