Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

¡No es justo vivir así!

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VICTORIANO CRÉMER
León

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¿ES UNA LAMENTACIÓN? ¿Se trata de una imprecación? ¿Una cierta forma de pedirle cuentas a Dios? Se llama Inmaculada Echevarría, tiene sobre sus angustias más de cincuenta años, y se está muriendo poco a poco. Cada día se le muere una parte importante de su cuerpo: comenzó por paralizársele un dedo del pie derecho y a partir de entonces se descubría una inmovilidad, un nuevo dolor, una parte de sí misma que se apagaba como una vela de agonía. «Sólo deseo, repetía, morir sin dolor». Para, a continuación, discutir su derecho a morir. Los médicos, los sabios que en el mundo son, diagnosticaban que la muchacha sufre de distrofia muscular y que no tiene la menor posibilidad de mejorar, y menos aún de curarse. Lleva muriendo cerca de diez años y no sabe cómo podría acabar con tantísima tortura ni, por supuesto, entiende cómo ha podido ser elegida para tan feroces tormentos. Los hombres buenos y las mujeres de las novenas milagrosas le animan sugiriendo que mientras hay vida hay esperanza y que siempre, en tanto que respire, puede producirse el milagro. Pero para merecer el milagro hay que tener fe; sin fe el milagro no funciona, pero Inmaculada ya no tiene ni confianza ni fe y solamente pide que alguien, algún ángel misericordioso, detenga su corazón y le permita morir como Dios manda, si puede ser. Inmaculada Echevarría no quiere hablar de eutanasia, sino de morir en paz consigo misma y declara: «La idea de morir serenamente me ronda la cabeza desde que supe que no me curaría». Y siente como se le va apagando el fulgor de la sangre y como podría alcanzar el consuelo de morir. Porque, efectivamente, vivir es bueno todavía, que decía el poeta, pero morir, ni siquiera como súplica atendida, es bueno. Querer morir es el rapto de desesperación más feroz que al ser humano le asalta. No se debe morir para consuelo de los demás, porque la vida es de cada uno, pero tampoco parece que vivir a la fuerza con dolores deba ser considerado como un acto de misericordia. Ayudar a morir es humano, aunque más humano es ayudar a vivir. Hasta la santa doctora Teresa de Jesús clamaba por vivir aunque fuera sin vivir en sí misma, porque con la muerte se curaba todo, absolutamente todo: desde el deseo de vivir, hasta el dolor. Pero decidir en ese difícil trance es algo que nos está vedado al hombre y solamente, en los casos de últimas voluntades con un hilo de conciencia, puede decidirse si lo humano, lo cristiano, lo misericordioso es dejarse morir o solicitar las instancias de la conciencia para poder morir sin el grave pecado mortal de la desesperación en los labios y carbonizado el corazón ante la cruelísima indiferencia de los hombres. ¡Pobre Inmaculada! «Cuando tú no estés, amor/ envejecerán más pronto/ los espejos de todos los hoteles». Morir no es bueno nunca, pero tampoco vivir cuando duele el corazón y el alma se desmorona poco a poco con dolor.

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