CRÉMER CONTRA CRÉMER
Las hambres
LO EXPLICABA DON Polibio en el Casino poniendo, claro es, una pizca de malicia en el gesto y en la entonación de cada una de las frases. En palacio, -contaba- éramos todos pobres. El jardinero era pobre, como el mayor también era pobre, y el ama de llaves y el servicio de cocina, y el chófer y hasta don Geroncio, el cura párroco del lugar era pobre y cuando acudía a palacio a decirla la misa a doña Petronila, echaba un denario en el capillo de los pobres... En ocasiones de máximo relajo, don Polibio se salía por peteneras, también relacionadas con el hambre, con las hambres de las que nunca había oído hablar hasta este momento de reunión cordial y un tanto disparatada, como eran o éramos todos en aquella casa: «Se habían encendido los candelabros en las recepciones solemnes» y el servicio aparecía vestido con sus cofias y sus uniformes. Resplandecía la mesa con las vajillas de oro y la cristalería realizada en Segovia. De pronto sonaron unos golpes en el portón principal: y el señor reclamó la presencia del mayordomo: «Damián ¿no oye que están llamando a la puerta? ¡Coña, qué servicio!» y Damián corrió a abrir el portón y a enterarse de quiénes podrían ser aquellos inoportunos que osaban interrumpir el solemne ágape. Regresó el doméstico y se acercó solícito al cabeza de familia. Éste le interrogó con acritud: ¿Quiénes eran, Damián? «Nadie, señor -respondió el servidor- eran unos pobres». Intervino la niña pija de la pandilla: «¡Anda, unos pobres! ¿Y eso qué es? ¿Qué son, además de pobres?»... «Damián -intervino la señora madre de la criatura- Damián, sirve los cafés y los licores en el salón Eminancia». Y lo exótico de estas estampas es que a veces ocurren de la misma manera como las hemos recogido. En éste y en el otro mundo y aún en el de más allá, hay hambres, millones de seres humanos que se mueren de hambre, millones de niños que apenas si obtienen permiso para abrir los ojos y se mueren agarrados al pecho de una madre macilenta. Parece un culebrón que nos sacamos de la imaginación para conmover a los espíritus sensibles, pero son hechos ciertos, y son sociedades evidentes y son míseros e infelices peregrinos del hambre, en un mundo, este nuestro, en el cual se produce para alimentar los miles de millones de seres humanos que tienen hambre, hambre de pan y de justicia, hambre de corazón y de cabeza, hambre miserable. De rodillas rezo: Porque llegáis del más duro silencio,/ grito a los cielos:/ ¡Bienaventurados/ los pobres, porque ellos tendrán la música/ cuando la tierra sea un apagado eco.