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Gente de aquí y allá | El anterior flujo migratorio

Una casa en Buenos Aires

El Centro Región Leonesa en la capital argentina celebra noventa años de acogida a los miles de leoneses que buscaron en el país de la plata un porvenir con dignidad

Portada del tríptico que conmemora los noventa años del Centro Región Leonesa

Publicado por
A. Caballero/L. Urdiales - redacción
León

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No come pollo desde mil «nueve» treinta y dos. Lo asocia con el color de la pizarra de los tejados de Cabanillas, el olor de la madre y la mirada del padre, antes de partir -hasta el puerto de Vigo en tren, después en barco- para ver el mar por primera vez y tragárselo durante 25 días. Pero antes de ser indiano, de marchar para Argentina para ver si la tierra no era tan negra, en casa se mató la mejor gallina que había para despedir al hijo que se iba con 16 años hasta el otro lado del mundo. Y ahora, cuando el ave está en la cazuela se le caen lágrimas grandes como uvas, recuerdos cuajados de olor a hogar, de sabor al terruño. La historia de Antonio González Moliner, que fue a Argentina con escala en las playas de Dakar (en donde atracó el Giovanna Ç de Andrea que cargaba gallegos y leoneses, e italianos, que buscaban pan y vida en ultramar, puede ser la de miles de leoneses que eligieron esa salida ante la falta de oportunidades que daba la tierra. La de miles de paisanos que mataron la morriña en el Centro Región Leonesa de Buenos Aires, el que cumple 90 años en este 2006, que sostiene el origen en el número 1.462 de la calle Humberto Primero de la ciudad de Buenos Aires. Para festejar el aniversario no se anduvo con miramientos: gran menú y baile y un tríptico lujoso repleto de carga emocional. Sabores de la tierra que se juntan desde hace nueve décadas en un pequeño apartado leonés del país de la plata, para conmemorar que desde lejos, tan allá que el verano tarda en llegarles hasta el invierno, todavía existen leoneses que hicieron las américas. Gentes que saben que debajo de las boinas no hay paletos y en los picos de las madreñas sobra tierra para vivir, aunque en otro tiempo no les llegara. Desde entonces, les alcanzan todos los días las punzadas en el estómago para recordar de dónde vienen, una de las tres preguntas clásicas a partir de la cual muchos de los miembros del Centro Región Leonesa ya han resuelto hacia qué lugar van e, incluso, quiénes son. Un grupo de paisanos de León, con leve aire lunfardo, que mezclan el voseo con el verbo prestar, que saben que un apretón de manos es la firma más firme, que aciertan cuando miran a la tierra antes que al cielo¿, que pueden tocar si quieren un tango con unas castañuelas. «La gente me pregunta cuánto tiempo llevo aquí, porque no tengo acento; y les digo que hace poco que llegué», cuenta Antonio al prestar la experiencia desde que salió de su pueblo berciano hace más de setenta años y atravesó el Atlántico en busca de mejor futuro. Ahora que el flujo de la emigración es inverso la crónica épica de los miles de leoneses que tomaron el barco se amontona en el Centro Región Leonesa, donde esta noche, como cada sábado, a partir de las diez, hay milonga.

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