LITURGIA DOMINICAL
Una profecía que es Evangelio
UNAS veces son los horóscopos y otras, los adivinos. Son muchos los que buscan en ellos una respuesta a sus interrogantes sobre el mañana. El futuro nos fascina y nos inquieta a la vez. O porque deseamos tenerlo todo controlado. O porque nos ayudaría a planificar el presente. Celebramos el penúltimo domingo del año litúrgico. Como todos los años, leemos en este día algunos textos del llamado «discurso escatológico» de Jesús (Mc 13,24-32). Evidentemente habla del futuro. Pero las imágenes que utiliza han turbado a muchas personas. Olvidamos que esa «profecía» no aporta datos científicos de tono catastrofista. Es un «evangelio»: es decir una buena noticia. Su intención no es la de informar qué va a pasar con el mundo, sino como hemos de ser y comportarnos nosotros en el mundo. «El sol se hará tinieblas y la luna no dará su resplandor». Esas imágenes, tomadas de los antiguos profetas, no dan una información cósmica. Hay que verlas en relación con el anuncio siguiente: el de la manifestación gloriosa del Señor. Ante él el brillo de los astros palidece. La reunión de los elegidos Eso es lo importante. El texto es una exhortación al cristiano, pero es sobre todo una revelación sobre Jesucristo. Por eso, incluye esas tres afirmaciones teológicas. Las tres nos revelan la misión de Jesús y también la vocación de todos los que le siguen con fe. - «Verán venir al Hijo del Hombre sobre las nubes». Las nubes significan el ámbito de lo divino. En Jesús se cumple la profecía de Daniel sobre el hombre que llegaba sobre las nubes. Hasta los astros son caducos. El Señor permanece, porque su autoridad es celestial. - «Reunirá a sus elegidos de los cuatro vientos». Jesús ha venido a «reunir a los hijos de Dios dispersos». A él vuelven sus ojos los que buscan paz y salvación, luz y orientación para sus vidas. En el Señor Resucitado se fundamenta la comunidad universal de los creyentes. - «El día y la hora no la saben ni los ángeles ni el Hijo: sólo el Padre». Ignorar el futuro es la condición de nuestra libertad y un estímulo para nuestro empeño. Que el Hijo no sepa el momento de la plenitud nos revela su humanidad y solidaridad con nosotros. Una palabra firme En el texto evangélico queda como flotando un proverbio tradicional que, por contraposición, adquiere aquí un nuevo sentido: «El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán». Ni la primera parte nos ha de atemorizar ni la segunda puede ser despreciada. ¿ «El cielo y la tierra pasarán». La frase no anuncia una catástrofe cósmica, pero nos advierte de la caducidad de todas las cosas. La experiencia nos dice que todo pasa: si pasan los astros, mucho más pasarán las modas, las ideologías y los poderes de este mundo. ¿ «Mis palabras no pasarán». La palabra del Señor está cargada de la majestad del Señor que es la Palabra eterna de Dios. En momentos de duda y de turbación es preciso recordar que esa palabra ilumina nuestro camino. Permanece firme y válida por los siglos. - Señor Jesús, agradecemos el don de tu palabra que nos salva y nos orienta. Sabemos que recorres con nosotros el camino de la historia. Y con esperanza aguardamos tu manifestación. Amén.