Diario de León

CRÉMER CONTRA CRÉMER

Día de la madre soltera

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VICTORIANO CRÉMER
León

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MANTENGO LA CONVICCIÓN de que entre los «asuntos» políticos, sociales, culturales y religiosos que continúan manteniéndose entre los supervivientes de aquellos tiempos pasados que contribuyeron a conformar nuestra naturaleza, nuestra ética y nuestra condición religiosa, el de la «madre soltera», fue y es posible que aún continúe siendo, un motivo doloroso y hasta sangriento de esta hora conflictiva en la que vivimos. En el movimiento rotatorio alrededor de nuestro pobre menester, acertamos a encontrar una vivienda modestísima en la callecita de Serradores, al pie de las viejas murallas y al socaire del Palacio Episcopal. La calle era por entonces túnel del tiempo oscuro que hacía las mancebías más conspicuas del país llevaban a la juventud disoluta. Y por allí, las chicas caídas, las muchachas engañadas, las madres solteras. Dada nuestra proximidad y ubicación en lo que se consideraba como otra nueva Edad Media, aquel conglomerado de casuchas turbias, iglesiucas históricas y románticas y casas de retiro para las chicas sin norte, llegamos a establecer relaciones de vecindad muy cordiales y sobre todo conseguimos sobreponernos al juicio crítico de las graves señoras del ropero de Santa Rita, y hacer vida de buena vecindad. Y nosotros, todavía niños, llegamos a acostumbrarnos a jugar con los hijos de aquellas madres sin padre para componer la pareja cristiana que la sociedad exigía. Y, lo confesamos ahora, precisamente cuando la sociedad, si no arrepentida, sí convencida de sus errores antiguos, eleva a categoría la anécdota dolorosa de la madre soltera, confesamos, digo, que en el fondo de muchas conciencias no ha cambiado un ápice la formulación de las normas que la moralina de la época imponía, y si bien la mujer soltera que concibe y partea un hijo, no se encuentra ante un muro infranqueable de prejuicios y de doctrinas condenatorias tampoco, puede proclamarse que hayamos superado todos los inconvenientes que lleva consigo el hecho de vivir con la carga de una culpa de amor que sus prójimos no acaban de reconocer. Hoy, como ayer y tal vez como mañana, la sociedad española y leonesa, por no ir más lejos, sigue manteniendo las fronteras de los sentimientos, levantados con la argamasa de los falaces delitos de la maternidad desamparada, y los gobiernos nacionales y los mandatarios de la ínsula y los miembros superiores de la escala social, no acaban de entender que esta gloria del hijo puede constituir un motivo de gozo que debe ser atendido mediante la incorporación a todos los medios de ayuda y desarrollo normal a estas madres solteras ignoradas por la administración oficial. Sin duda la parte de mi biografía que me retiene en la época de mi entrañamiento con una parte de la sociedad compuesta por mujeres solteras ha hecho de mi un asociado, un compañero, un solitario compañero de estas mujeres para las cuales las administraciones, que tan duras batallas libran para cubrir expedientes de vanidad, excusan la obligación que tienen de cumplir con un deber humano que gime al pie de la injusticia.

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