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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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SEGÚN LOS DATOS que nos alcanzan por mucho que intentemos alejarnos de los resultados, el agua nuestra de cada día será el objeto de la preocupación principal de Doña Cristina Narbona, ministra de las aguas españolas y de sus colonias. Según los cálculos y las consideraciones históricas de las que sin duda depende el Ministerio de Fomento, a su cargo y responsabilidad, bebemos más agua que los pajaritos de la cancioncilla navideña, y España no da para tanto ni para tantos, porque los inmigrantes también beben agua. Según los cálculos ministeriales que no tienen nada que ver con los que la ciencia médica aconseja, el españolito de secano tendrá que atenerse a un consumo de agua, rebosante de pamplina, como agua cristalina, no a los litros aconsejados por el Colegio Médico, sino solamente a 60 litros por persona y día, estableciéndose diferentes tarifas, según las parciales circunstancias del consumidor y su estatus económico. Doña Cristina Narbona, regidora principal de las aguas peninsulares y de las isleñas, hace tiempo que forman parte de nuestros fantasmas. Y tanto da que se trate de trasvases del Tajo como de la pertinaz sequía de costas las de Levante, para esta ilustre señora, los límites están marcados y se nos anuncia, como una amenaza que de no aplicarse la tarifa restrictiva que propone de los sesenta sorbos de agua por persona, nos veremos sometidos a tal sequedad, que en las Navidades hasta los pajaritos del río que beben y beben y no cesan de beber se verán obligados a dejar de hacerlo aunque no les sea dado ver a Dios nacer. Y el hombre, el ser humano, el trabajador de la tierra seca y el enfermo necesitado de agua para lavarse tendrán que someterse a los tremendos efectos de la sequía. La perspicaz señora ministra socialista se adelanta no se sabe a qué recelos y excepciones para asegurar que este principio de la limitación hídrica puede ser compatible con algunas excepciones justificadas, según notificaciones muy oportunas aparecidas en algunos medios de información... Y el buen pueblo, que no dispondrá para pagar ni siquiera la tarifa de pobre que se establezca, se pregunta alarmado: ¿De qué excepciones se habla? ¿De qué compatibilidades? ¿De qué limitaciones? ¿Acaso del despliegue de ocupación del suelo nacional para la construcción de viviendas de lujo, con campos de golf? ¿Tal vez a construcciones gigantescas ocupando espacios actualmente rescatados al mar para el desarrollo gigantesco de la gran aventura nacional del ladrillo? ¿O la invasión de los fundadores de poblados de secano para el desarrollo de negocios rentables?... La doña del Ministerio de Fomento y otras inundaciones no lo especifica y el pueblo se pregunta si esta planificación supondrá inevitablemente la explotación del agua para el servicio de sedes deportivas mientras se angustian y mueren los campos del pan, de la lenteja, del laboreo de la agricultura en peligro de desaparecer por inútil. Convendría que los organismos realmente obligados al servicio del pueblo unido se echen al campo polvoriento, para defender el agua que necesita para regar, para beber y para vivir. Y al golf por ejemplo que jueguen los americanos que tendrán agua de sobra.

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