Diario de León

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VUELTA la burra al trigo. No hay día sin su problema lingüístico. Cuando no lo plantean los nacionalistas de lenguas ciertas o muertitas del todo lo inventan los nacionalistas de la lengua de trapo (de bandera). Y cuando los nacionalistas (que necesitan imperiosamente de un hablar distinto para consagrar una diferencia que en la realidad no existe) nos dejan en paz un rato, surgen los sexistas del idioma exigiéndonos que normalicemos lo femenino en las arcaicas expresiones que delatan (y en algunas ocasiones viene a ser cierto) un sesgo machista del lenguaje y las palabras. Es el ya viejo debate del todos y todas, camaradas y camarados, apañeros y apañeras. En un debate radiofónico vuelve la matraca. Una de las participantes exhibe las correcciones lingüísticas como avance en el reconocimiento de la paridad que han de tener en nuestra existencia democrática los hombres y las mujeres. El decir «todos y todas» es un signo de igualación lograda, una conquista. Lo paradójico es que al expresar la igualdad que parece (sólo parece) establecer quien utiliza esta redicha expresión, lo masculino siempre antecede a lo femenino. Y no corrigen: paisanas, sí, pero detrás, a un metro (como esposas del caudillo) y mediando la distancia de una copulativa en medio, como no podría ser de otra forma entre sexos distintos. La izquierdina parece ser la más recalcitrante en este vicio. ¿Alguien oyó a Zapatero o Llamazares dirigirse a sus concurrencias y palmero con un «todas y todos, ciudadanas y ciudadanos»?... Esto es consagrar otra vez no sólo la diferencia, sino el puesto en el que va cada cual, cosa que por otra parte demuestran los que van de paritarios al dar carteras ministeriales mientras machean y abusan al designar altos cargos inferiores, lo que debería indignar a las mujeres que se contentan con la teatratalización del asunto en la galería al sol, mientras en las cocinas están siempre las unas y en el salón los otros. Rizando la perplejidad, más claro lo tenían los viejos machistas escénicos que, al menos, salvaban trastos y cortesías encabezando siempre su expresión fané e hipócrita con un «señoras y señores, damas y caballeros, ladys and gentleman», o sea, las mujeres primero, pase usted delante señorita... Conclusión: las palabras sólo son un mapa, un papel; el respeto es otra cosa. Y no lo veo.

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