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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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ANDABA YO por los catorce años de edad, que es precisamente según los entendidos el momento álgido para la descripción de las formas y la distinción de los colores, cuando fui invitado a presenciar, con carácter excepcional, un concurso de modelos, quiero decir, una exposición de señoras estupendas que, con motivo de las fiestas del pueblo, se prestaban a figurar como candidatas al premio de belleza establecido por el Ayuntamiento del término. Confieso que nunca había tenido ni la oportunidad ni la ilusión de aparecer en el grupo de graves señores a los cuales se les había encomendado el difícil menester de conceder los premios establecidos, entre los cuales aparecía uno muy singular: el premio a las más bellas piernas de las señoras o señoritas candidatas. Y me impuse seguir el curso de los acontecimientos como si se tratara da la concesión de la Medalla del concurso hípico, también formando parte de la relación de festejos. Al final, como sucede casi siempre los premios y los diplomas fueron cuidadosamente repartidos entre la sobrina del alcalde y varias muchachas bonitas que habían aparecido en la portada de la revista de fiestas. Al cabo de bastantes años, mi estética femenina, como todas las cosas de este mundo, han sufrido muy profundas transformaciones, y ya no se entiende la belleza como la pudieron entender los griegos, o los abisinios, o los romanos: Una determinada figura masculina, femenina o neutra prometida a unas ciertas medidas y volúmenes, y lo que al parecer primaba en esta última ceremonia plástica a la que estaba especialmente invitado, más bien se ajustaba a condiciones singulares, por ejemplo, la totalidad del producto sometido a examen, y principalmente al perfecto torneado de la pierna o nalga, columna básica para el sostenimiento del cuerpo. Y recuero que los más sabedores del jurado encauzaban sus preferencias hacia alguna de las más famosas piernas de las presentadas teniendo muy presente, no las sugestiones proporcionadas por los libros de historia, sino aquellas piernas de acabado reciente que ya figuraban en las publicaciones del mundo, como París, por ejemplo, y de París, las fenomenales piernas de la Mistiguet, una bien formada parisina, que había asegurado sus piernas por un montón de francos. Y al recordar la referencia, sonreíamos maliciosamente como si las piernas, las nalgas, las ebúrneas columnas femeninas no fueran motivo de especial atención por parte de los señores con barba del jurado. Hoy, en nuestro tiempo, y como si se tratara de un motivo de reconstrucción del mejor espíritu cultural y estético, se nos ha dado la prueba de la resurrección de la nalga como motivo principal de la cultura actual. Nada menos que la señora secretaria de Estado de los EE.UU. doña Condolezza Rice, antes de pronunciar una conferencia sobre la situación en Irak nos permitió contemplar posiblemente las dos piernas mejor fabricadas y conservadas del mundo. Dos piernas, cruzadas entre sí, de delicado dibujo que nos permiten lamentar que miles de piernas como éstas pueden perderse por la corrupción estética de los americanos que en lugar de fabricar señoras con tan distinguidos y delicados signos, se dediquen a fabricar bombas y tanques destruyendo tantísimas hermosas piernas como quedan en el mundo.

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