Diario de León

LITURGIA DOMINICAL

Adviento: tiempo de esperanza

Publicado por
JUAN CARLOS FERNÁNDEZ MENES
León

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LA LITURGIA del Adviento nutre la espera confiada en las promesas del Señor, iluminada por los textos mesiánicos del Antiguo Testamento y experimentada en la perspectiva de la Navidad, que renueva la memoria de las divinas promesas ya acabadas, aunque no definitivamente. El Adviento, con su carácter de espera de la llegada del Señor, es un tiempo apto para redescubrir en la misma vida el proyecto de Dios y prepararse para abrir la vida cristiana a una nueva primavera si somos dóciles a la acción del Espíritu Santo. El Adviento es tiempo del Espíritu Santo, invita la Iglesia a tomar conciencia que, en su misión de anunciar el Mesías a todas las gentes, siempre es Él el agente principal de la evangelización. El Espíritu también hoy, como al comienzo de la Iglesia, está obrando más y mejor que nosotros. Frente a la crisis nodal de nuestra época que es la pérdida del sentido de Dios, el Espíritu está jugando, en la invisibilidad y en la pequeñez, bazas victoriosas. Así podemos soñar con una Iglesia capaz de ser fermento de una nueva sociedad. Soñar quiere expresar precisamente el compromiso y la esperanza que pueden venir de una visión del futuro que deje espacio a la potencia de Dios y a la fuerza constructiva de las bienaventuranzas. Podemos y tenemos que soñar: -Una Iglesia plenamente sumisa a la Palabra de Dios, nutrida y liberada por ella.. -Una Iglesia que pone la Eucaristía en el centro de su vida, que cumple todo cuanto "hace en memoria de Él". -Una Iglesia que no teme utilizar estructuras y medios humanos, pero que se sirve y no se vuelve sierva de ellos. -Una Iglesia que desea hablar al mundo de hoy, a la cultura, con la palabra simple del Evangelio. -Una Iglesia que habla más con los hechos que con las palabras. -Una Iglesia atenta a las señales de la presencia del Espíritu en nuestros tiempos, allí donde se manifiesten. -Una Iglesia consciente del camino arduo y difícil de muchas personas, de los sufrimientos de buena parte de la humanidad, sinceramente partícipe de las penas de todos y portadora de consuelo. -Una Iglesia que lleva la palabra liberadora y alentadora del Evangelio. -Una Iglesia que no privilegia a ninguna categoría, ni antigua ni nueva, que acoge igualmente a jóvenes y ancianos, que educa y forma a sus miembros en la fe y en la caridad. -Una Iglesia humilde de corazón, en la cual solo Dios tiene la primacía. Soñando así, seremos capaces de ver incluso en la adversidad un diseño de amor, de sentir que el mensaje de la cruz vence los miedos y permite acceder a una nueva comprensión de la vida y de la muerte.

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