Diario de León

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UNA MODA muda, cuasisecreta, tapiza el césped de no pocos campos de fútbol. Hay muertos por allí esparcidos; sus cenizas. Son viejos socios o hinchas perdularios que dejaron una manda testamentaria o expresaron una voluntad no escrita de ser sembrados tras su incineración en el estadio de sus amores y colores. También cabe que lo decidieran porque sí sus deudos para quitarse de encima el muerto o pensando que le hubiera gustado mucho al finado quedarse donde en realidad mejor se lo pasaba, porque eso de que siga el paisa en una urna funeraria en la salita o en el aparador del fondo da un yuyu tieso y desasosegante a mucha gente. Se conocía ya la extravagancia negocianta de alguna empresa pirotécnica que ofrece sus servicios funerarios en modalidad de cuete, morterazo y chispún en el aire aventando allá arriba las cenizas del socio obcecado mientras una cascada de fuegos de artificio va estampando en el cielo los colores del club, viva er beti en la gloria selestiá. Pero lo de abonar la hierba con el serrín chamuscado del abuelo se me antoja algo paranoico con su punto de gafura o de malaje. También son ganas, después de muerto, de seguir arrastrado por los suelos, como en la vida, y bajo las botas de ricachos, como en su oficina. ¿Será algún síndrome de abstinencia post mortem?... Echar cenizas de muertos en estos campos no parece estar autorizado. Sin embargo, en unos casos se tolera entre discreciones y en otros se busca directamente el pase regateando a un celador amigo, un utillero o cosa así. Hay deudos algo bestias y con algo de prisa que, aprovechando un vientecillo, despeñan las cenizas desde el alero de la grada más alta y acaba el difunto como caspa sobre la ropa de la peña del fondo sur. ¿Habrá muertos sobre el césped del Amilivia o del Toralín?... Algún matao en calzones, sí, ¿pero muertos?... Seguro. ¿Y no es gafe la cosa?, ¿influyen estos fantasmas en los resultados, estorban el juego?... Hay en esta ciudad un jardín en el que juegan niños con pelotas y mamás con chismes mientras afloran güesos cuando plantan un geranio porque aquello fue antes cementerio, sobre el que también se construyó una maternidad y un colegio. Y tan campantes. La muerte abona, es el suelo de la vida.

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