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Publicado por
VICTORIANO CRÉMER
León

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LO QUE FALTABA para colmar el vaso de las santas paciencias! Los hijos pegan a sus padres, a sus maestros, a sus propias sombras. ¿Qué les sucede a los niños de ahora que se sienten tan iracundos y tan dispuestos a la agresión que ni la paz de los sepulcros se respeta? Los profesores de los centros destinados a la formación ética, familiar y civilizada de las generaciones claman al cielo, a la ministra del ramo, a los padres de las indómitas criaturas y en algunos casos a la Guardia Civil, porque los niños se sublevan, se reúnen, no ya para el ceremonial del botellón, sino para agredir a las estrellas, para quebrar los símbolos, para incendiar las ciudades, los centros, las chozas familiares. Los chicos dispuestos por sus progenitores (como ahora deben ser llamados los padres) para ocupar los puestos de responsabilidad en la sociedad civil y civilizada, rompen amarras y se inventan leyes, normas y conductas a estilo de lo que entienden como sociedad corrupta en la cual ellos, los líderes del futuro, no tienen espacio, ni un puesto a la lumbre, ni una vivienda digna. Eso es lo que les desespera, señores de la sala, y no vale cargar el tanto de culpa sobre las cansadas espaldas de los mayores, que no tienen culpa de nada. Tampoco los padres. Sucede que se echan la culpa de lo que sucede y aún de lo que puede suceder, los unos a los otros, los padres a los maestros, estos a los padres, aquellos a los compañeros de aventura y la sociedad anónima al Gobierno. Y lo cierto es que la culpa, la responsabilidad recae sencillamente sobre la estructuración y gobierno de una sociedad que ni gobierna ni corrige. Lo tristemente cierto y evidente es que los muchachos de todos los géneros se muestran y se producen provocativamente desquiciados y agresivos porque la sociedad, o sea el conjunto de seres que componemos una comunidad de intereses, no sabemos por dónde empezar, ni cómo acometer la corrección del desastre ni a qué santo encomendarse. Y el resultado de este complejo conjunto de insatisfacciones es la irritación, la cólera, la agresión. ¿Qué es si no esa tendencia del chico y de la chica a la música estentórea que más bien parece grito de protesta? ¿Por qué los discípulos agreden a los maestros, los hijos a los padres, los ciudadanos a los guardianes de las leyes? Sencillamente, o no tan sencillamente porque la sociedad ofrece cada día un aspecto más hosco, más invivible, más confundidor y alevoso. No hay trabajo, ni vivienda, ni honestidad pública. Los organismos se rebelan como zafios buscadores de botines, y aquellos que debieran ofrecerse como emblemáticos, se descubren tahúres, con licencia para robar, para matar, para enriquecerse mediante argucias de malhechores o trampas de gitanos en feria abierta. No vale cargar el tanto y el cuanto de culpa sobre los padres, ni sobre los maestros, ni sobre el gobierno. La culpa la tenemos todos, que no hemos ofrecido la menor resistencia a las mañas más torpes para gobernar en las cercanías del cajón del pan, ni nos importa lo que la sociedad puede decir de nuestros comportamientos siempre que ellos nos faciliten la llave del arcón público donde se guardan los bienes del común. ¡Ay, estos hijos, sí!, pero también ¡ay estos padres!...

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