CRÉMER CONTRA CRÉMER
El villancico, la Navidad y el gasto
YO, SI SE ME PERMITE LA LICENCIA, siempre fui aficionado al villancico. Dicen los eruditos, y yo les creo, que «villancico» viene de villanesco, o sea de la canción, del poemilla, o de la copla procedente del vulgo, de la gente, del vecino cantor. Y será cultivado principalmente por pastorcillos y por abuelitas rurales. Luego, o inevitablemente, el villancico se convirtió en canción angélica y era principalmente practicada por pastores con caramillo y por pastorcitas vocacionadas para los altares. Finalmente los poetas más renombrados del siglo XVII, entre otros, tomaron el villancico y le convirtieron en poema de culto. Gerardo Diego fue, ya en nuestra época, un inevitable referente, con Luis Rosales, entre otros. Hasta que llegaron los tiempos de la gran renovación (todavía no se sabe de qué) y el villancico que repetía los himnos ingenuos de los pastorcitos y mencionaba a la Virgen lavando en el río, envuelto en santos rubores desapareció de las antologías y hoy difícilmente se encuentra, ni siquiera en los conventuelos en los que haya, quizá, tal vez, porque están en todas partes, un poeta que escriba villancicos. Es sin duda, tal vez, el signo más emblemático de la Navidad clásica que ha desaparecido de los anales, sin dolor ni debate partidista. Tal vez porque el villancico, como la Navidad, ya no sirven para mucho, ni nos dicen nada nuevo, ni nos llegan al alma. Se conserva, en cambio, como notas significativas de este tiempo sagrado de la venida al mundo del Hijo de Dios dispuesto a dar la vida por dominar la natural violencia del ser humano, la costumbre familiar de la gran cena y la adquisición de regalos. ¿Por qué? Está claro, compañero, porque si aceptamos lo del Nacimiento del Niño en la gruta nazarena, hemos de convenir en que los Magos se acercaron hasta el lugar del milagro con sus dones, (oro, incienso y mirra), y consecuentemente con los tiempos que corremos, consolas, telefonías más o menos móviles y demás artilugios que ayudan a soportar la carestía de la vida y lo difícil de alcanzar el grado de entendimiento que los gobiernos (algunos gobiernos) quieren para lograr la paz entre los hombres de buena voluntad. La gente sencilla y sensible se acerca en este tiempo iluminado, dispuesta a gastarse la hijuela y la herencia de la abuela, por hacer llegar a las manos de los suyos, el regalo. Y como regalar es un arte y el arte es un artículo de mucho valor, para este menester del regalo la familia unida se gasta unos mil euros, o sea casi doscientas mil pesetas de las de antes, en perfumes, encendedores y corbatas... Al final de tan agradables y románticos gestos, las familias de medio pelo, que suelen ser la mayoría, queda tan absolutamente pobre que difícil le es reunir dinero suficiente para alquilara un chozo o un rincón donde depositar sus melancolías. La Navidad, dígase lo que se deba decir para no parecer judío, es un alarde absolutamente tonto de celebrar un hecho histórico, si sucedió tal como dicen los historiadores, a costa de hundir en una miseria prolongada al común de vecinos. Y si bien está que la familia unida triunfe y derroche, no es tampoco dudoso de que sin que a uno le toque la Lotería puede cumplir con su deber de buen cristiano en este tiempo de amor y de paz, como demanda el Gobierno reinante.