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MIENTRAS sean de lejanía africana, negros y pobres de miseria solemne y arrastrada piojera, no verás aquí condolor ni contristamiento que nos turbe o nos subleve. Son un cero a la izquierda de nuestro gintónic; son nadie en estos corazones que envolvemos con papel de plata cuando viene Navidad. Algunos quizá girarán por banco una limosna aséptica a toda esa suerte de organizaciones humanitarias y estaribeles benditos que en estos días de villancico hueco y regalazo excitan la conmiseración en nuestras abundancias algo culpables para suscribir apadrinamientos y caridades con las que maquillamos la injusticia gigantesca en la que cabalgamos hacia nuestro euribor de la ganancia y del privilegio. ¿Que se mueren?... Son peste, multitud, y sobran, nos decimos: esas hembras no dejan de parir. Es su problema. Mueren de todo: inundando sus pulmones con un Atlántico que se beben antes de que les devoren los atunes, o llenando de barro sudanés su estómago hasta petrificarlo y hacerlo adobe, o destripándose en un contencioso tribal, o escapando sin escapar de la malaria... o subiendo por miles al patíbulo del sida del que nadie baja, si no es como despojo para abonar cunetas. Lo del imparable sida africano sale de cuando en vez en alguna tele, pero más que denunciando nuestra insensibilidad, parece que están haciendo un exorcismo que espante la plaga y aleje de aquí ese cáliz. ¿Conocía alguien en esta orilla fértil del mar del hambre que en algunas etnias y poblados de Kenia -y a falta de otro medicamento o cuidado mínimo hospitalario- se está combatiendo el sida mediante prácticas de brujería o chamanismo consistentes en cortarle el pene a niños vírgenes para elaborar con ellos un potingue y ritual eficaz, ya que están convencidos de ser lo único que tienen a mano para conjurar la infame muerte de perro sarnoso que promete esta enfermedad?... Supimos de estas atrocidades porque el doctor Cavadas que reimplantó las manos a una colombiana viene trayendo a Valencia a niños keniatas para restaurarles el destrozo y la salvaje mutilación. Y lo hace de gratis, costeando él mismo gastos de desplazamiento y estancias. Este microcirujano podría estar «nadando en la ambulancia», pero su generosidad y compromiso nos conmueve... y nos denuncia.