Gente de aquí | Diez metros bien sujetos... al suelo
Luces arriesgadas Niñas con pene
El alcalde Mario Amilivia encendió el árbol de diez metros que luce ya en la plaza de la Catedral y así lo hará hasta el fin de la Navidad, salvo que alguna gárgola lo impida
Una estructura de diez metros de alto de aluminio hueco, adornado con 25.000 microbombillas, dará luz a la plaza de la Catedral hasta el final de las fiestas navideñas, salvo que el vuelo de alguna gárgola -que el niño Jesús no lo quiera- lo impida. Y es que, adornar adornarán, pero un poquito de riesgo también corren estan pequeñas bombillitas. Y lo mejor de todo, su alquiler: apenas 30.000 euros, nada para unas arcas municipales repletas de esta bonita moneda de la unión, con la que todo se paga y con la que todos o casi todos pagan. La factura de la luz aquí no está incluida; hay que esperar que se abone en tiempo y forma para evitar un desagradable corte, por lo menos antes de la una de la madrugada, hora hasta la que permanecerán encendidas todos los días. Brindis por el Año Nuevo El alcalde de León, Mario Amilivia, procedió ayer a la puesta de largo -así reza en los papeles convocantes- del tradicional árbol de Navidad de la plaza de la Catedral, que este año es aún más grande -y no es que el tamaño importe- que el de anteriores festejos navideños. Precisamente, el de otros años, éste se ha trasladado hasta la plaza de San Marcos y una réplica del actual, de sólo cinco metros, está colocado en la calle Legio VII de la plaza de San Marcelo. Pero, como es Navidad y todo debe ser felicidad, nada mejor que brindar con cava, como ayer hicieron en la plaza de Nuestra Señora de Regla, el alcalde Mario Amilivia y alguno de sus concejales y representantes de diversas asociaciones de vecinos, que quisieron así desearse unas felices fiestas y próspero Año Nuevo. AFEARON algunos el título algo crudo y amarillo de la última columna, «Niños sin pene». Suele encantarme y me orienta mucho el que me dicten por dónde tengo o no que tirar o proceder, porque casi siempre se demuestra que es senda manida, así que generalmente elijo otra... o repito. Lamento, pues, ofenderles hoy de nuevo. Pero después de relatar el cruel trato a niños keniatas a los que salvajemente les cortan el ramonín para poder curar del sida a los que puedan pagarse el lujo del brujo pirujo y sus ensalmos sanadores, viene hoy a cuento ensayar una acuarela de lo inverso desde esta orilla próspera del Mar del Hambre. Porque en esta orilla o en este Jauja de fantasías se da, sin demasiada paradoja, el fenómeno creciente de la niña con pene. Todos por aquí tenemos en paisajes urbanos, cercanos o familiares algunos ejemplos de estas niñas que insinúan, exhiben o exageran tantos gestos masculinos y machorros, que cualquiera aseguraría que tienen ciruelillo entre las piernas... y dos cojonazos. Sus pelos, trazas, ropas, correajes, broncas, jarras, verbos, ademanes y cagamentos son un perfecto y descarado cuño de tío embutío, ralea de hombre romo, de jambo, de chulo, chalán o pedorro. En eso les consiste la conquista... del privilegio masculino. Para elegir tienen un espectro que va desde la gimnasia de barra y litrona para poder mear contra la pared hasta el perfil de sargenta de gimnasias. Y se esfuerzan en la ostentación; se diría que sobreactúan, ante lo cual hay quien duda (Freud el primero, pero, tranquilas, que ya le matamos y en el cajón duerme su muerte a manos de quienes le honraron como maestro), hay quien duda, digo, de si no estará causando estrago el manido y resucitado «complejo de castración» que impele a ciertas mujeres a adornarse con atributos para combatir el patriarcado con el matriarcado... pues de lo que se trata es de que nada cambie, salvo el propietario o la dueña del privilegio o injusticia... Sin embargo, que las niñas se tornen machorrillas no es denominador común, pues lucen tanto o más las femeninísimas barbies, las nenas de trapito y maqueo, el muñequeo de niña-mujer objeto y la miss de miseria mental, con lo que nuestro ecosistema femenino sigue «tranquilizadoramente» en su ley. Y nosotros, olvidando a la mujer normal que trabaja, crece, ama, madura y... nadie le hace caso.