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LUIS ARTIGUE
León

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CUANDO HACE VIENTO las cosas empiezan a volar. Eso parece decirnos el pintor leonés Alejandro Vargas mediante la esperada exposición que acaba de inaugurar en la remodelada sala de Caja España (calle Santa Nonia): sopla el viento invisible reordenándolo todo e invitándonos así a replantearnos la exactitud de nuestra percepción. Y es que uno mira los cuadros de esta exposición buscando o buscándose como quien se adentra en una cueva con una antorcha en la mano buscando tesoros. Y así descifra imágenes. O trafica con ellas. Sí, investigamos el nuevo orden creado por este pintor y cada cuadro con mensaje nos invita a protestar con placer contra la tiranía de lo lógico, lo superficial, lo normal y lo exacto. La intuición ha de ser afilada, como los colmillos del alma... Estos cuadros en los que el viento parece querer desintegrar el paisaje, los bodegones, las casas y las cosas son una hermosa invitación a viajar no más lejos, no, sino más hondo. Recuerdo que una vez, en mi época de adolescente masturbador e idealista, alguien me dijo que aquel hombre zigzagueante que transitaba solo por las calles de León era un pintor abstracto. Desde entonces cuando lo veía caminando por el centro de nuestra ciudad ensimismada y lenta me lo imaginaba siempre así, viviendo una vida ociosa e inteligente, defendiéndose de todo con imágenes, pintando antes de que, cautiva y desarmada, cayera la tarde, haciendo planes para el mundo y sufriendo con pasión. Entonces pensaba que los pintores soñaban en color del mismo modo que yo sentía en color: tonos fuertes aclarados con agua para la comodidad de quienes prefieren los tonos pastel y color beige y color magnolia con una pincelada de rosa para poder lucir un corazón bien pintado porque quién iba a querer mi rojo sangre, mi verde marihuana y mi azul vena... Pero no. Ahora, como resguardándome del tono leche malteada de este otoño, acabo de ver y sentir esta exposición. Y me ha parecido tan cimentada en la tradición canónica del arte, tan asentada en la evolución de la pintura, tan innovadora en cuanto a la composición, tan exigente, tan trabajada en cuanto a la distribución del color, tan medida en lo que se refiere a la dislocación de la forma y tan honesta, que me he llevado dentro una lección sobre la coherencia y la autenticidad¿ ¡Luis, confía en lo que crees! Pero dentro de esta exposición -el ying y el yang, la piedad y la mundanidad, la carne y el pescado- en realidad hay dos exposiciones. Existe una sutil diferencia entre los momentos poéticos que Alejandro Vargas logra aquí en sus refinadas témperas -toda una enumeración de atmósferas con matices casi hasta el infinito, como en la música de Vivaldi- y la dureza sin rudeza de los óleos donde ya no hay delicadas emociones sino más bien descontento, moderada protesta y el universo en medida distorsión. Todo lo que sabemos gracias a nuestra percepción y a nuestras sensaciones podemos redescubrirlo mediante la intuición, nos dice a su modo nuestro artista. Por eso hoy su arte parece un truco de magia: teníamos la impresión de algo sólido pero el viento o la magia han hecho que lo sólido se haya desvanecido. Como una persona que poco a poco se convierte en su coche o su trabajo y de repente un día al mirarla vemos tan sólo su coche o su trabajo pero no a esa persona porque se ha desvanecido¿ Sí, el día a día es abstracto. El arte abstracto nos ayuda a ver el más allá. Necesitamos el arte para aprender a mirar. Ciertamente el mundo de Alejandro Vargas en esta exposición es bipolar, pero ambos polos tienen en común el viento, ese viento que mueve, esparce y desordena que diría Gracilazo de la Vega, un viento escultórico que le quita a la realidad todo lo que le sobra, sí. Así cada cuadro en realidad es un retrato de la esencia¿ Cuando hace viento las cosas empiezan a volar.