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Publicado por
CÉSAR GAVELA
León

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VI EL OTRO DÍA un sugerente mapa del Reino de León. Iba desgranado en pequeñas regiones minúsculas, las comarcas de nuestro reino. Territorios llenos de vida y tiempo, de memoria y olvido. Laciana, Cabrera, Sayago, Aliste, el Campo Charro... Y las tres provincias también dibujadas, y las tres capitales León, Zamora y Salamanca. Ese mapa me gustó mucho a mí, que siempre he manifestado mi desafección, respetuosa, por el leonesismo provincialista. Porque un leonesismo que solo concierna a la provincia de León (y a la capital, muy en particular y para más inri) es algo así como un catalanismo que sólo afectara a la provincia de Gerona. O una galeguidade referida casi exclusivamente a la ciudad de Ourense. Un empeño parcial, mutilado, concejil. Pero es muy diferente la impresión que ofrece ese viejo reino de León desplegado en sus tres territorios provinciales. Es, sí, el mapa de un reino. De un país del que se emanciparon Galicia, Portugal y Castilla. Y los abuelos de Asturias. Y de ese reino de León sí que me considero humilde implicado. Y sin olvidar que ese deseo es perfectamente compatible con el máximo afecto hacia Castilla, la región mucho más que hermana; el territorio al que llevamos unidos siete siglos nada menos. Pienso ahora que tal vez el mejor remedio para limar nuestros desajustes autonómicos consista en reconocer y articular, en el ámbito estatutario, la condición leonesa de las tres provincias de Poniente. También las más bellas, ahí queda eso. Y con la ciudad de Salamanca de mascarón de proa. Ahora bien, Salamanca es la más castellana de las ciudades del reino de León. Y lo que sí es muy leonés, por cierto, es el occidente de esa provincia donde León, Castilla y Extremadura parecen conjugarse al unísono. Sucede, además, que los salmantinos, en su inmensa mayoría, no se consideran leoneses. Y que prefieren ser tenidos por castellanos. Y no muy lejos de esas posiciones se mantienen los ciudadanos zamoranos. Mas, aún así, yo creo que el reconocimiento y desarrollo institucional de lo que perdura y es propio del antiguo Reino de León en las tres provincias es algo que a ningún zamorano ni salmantino le debe molestar. Ni resultar ajeno. Porque no se pone en tela de juicio la permanencia de la comunidad autónoma del Duero, con sus nueve provincias unidas. Sencillamente, se trata de que lo que es real «en la calle» (como se decía en la transición) también lo sea en la ley. Yo a ese leonesismo sí me apunto. Un leonesismo cultural, fundamentalmente. Un leonesismo triprovincial, abierto al mundo, descubridor de sí mismo, castellanófilo y lusófilo a un tiempo, no en vano estamos entre Castilla y la república portuguesa. Un leonesismo, claro, vigilante ante los desvaríos del galleguismo depredador, que aunque irrisorio en votos, es muy atrevido. Pero, a la par, un leonesismo muy atento a la enriquecedora presencia de la cultura gallega en el Bierzo y en Sanabria. Colaborador con las instituciones de Galicia en la defensa de esos legítimos intereses. Y con las de Portugal por las mismas razones. Y con Asturias y Extremadura. Y este leonesismo cultural, de vocación universalista, pienso que quien mejor lo puede defender, si se deciden a ello, claro, son los dos grandes partidos autonómicos. Mucho mejor que los grupúsculos regionalistas sin votos. Y también mejor que el actual leonesismo, que me parece, tantas veces, poco más que una populista plataforma antivallisoletana. Aunque Valladolid, claro, el poder regional, debe tratar a sus tres provincias occidentales como se merecen. Tendríamos, pues, que buscar nuestro Villalar. ¿O ya existe? Para ir también, y más cómodos, a Villalar. Y a Compostela.

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