El paisanaje
Realquilados
LA PENÚLTIMA ocurrencia de la ministra de la Vivienda, señora Trujillo, ha sido proponer un «estilo de vida alternativo muy extendido en Europa» para resolver la carestía de los pisos, más conocido por el de la patada en la puerta. Básicamente consiste en que encuentras uno vacío, no hace falta que ponga que se vende o se alquila, te colocas un piercing en la jeta, otro de ganzúa para la cerradura, aposentas con la familia y los amiguetes y esperas a que el juez te reconozca el derecho constitucional a una vivienda digna. Esto no es nuevo por aquí, según cierto compadre gitano, el Tío Okupa, que lleva arrastrando a los churumbeles desde que se fundió a la Tía Elsa, apodo que, a su vez, le viene de los enganches piratas con Eléctricas Leonesas SA y que ahora es más conocida en el barrio por la Tía Iberdrola (la ficha de la Guardia Civil del Bierzo pone de alias «vizcondesa de Fenosa» por el suministro eléctrico cada vez que gira visita a los nietos en la furgoneta). Como a la ministra también a ella se le encendió cierto día una bombilla en la cabeza. Así que lo único que ha hecho ahora la Trujillo es patentar la idea en el BOE. El último, que apague la luz. La política inmobiliaria ministerial ha sido rápidamente respaldada por el nuevo presidente de la Generalitat, compañero Montilla, que va a decretar, a su vez, la expropiación de todos los pisos vacíos en Cataluña, ponerlos seis años en alquiler (la pela es la pela) y luego devolvérselos al payo de turno, o sea el propietario, por si quiere retejar una vez cumplida la labor social que constitucionalmente se supone inherente a este tipo de bienes improductivos. La teoría es impecable, pero a saber cómo acabara el patio de escalera. Aquí no hay quien viva. Entre las cabezas pensantes del Gobierno, que se suponían perfectamente amuebladas para el sillón del cargo, y la creciente oferta de edificios inteligentes de Agelco, tanto o más inteligentes que mi loro, al que tendrán que heredar los nietos porque tiene cuerda para rato, unos cincuenta años, según el veterinario, el eterno problema de la vivienda va para largo. Fue lo mismo que me dijo Botín cuando firmamos la hipoteca. «Lorito cabrón», es lo único que saben decir ciertos pajarracos. Vamos a ver, vivimos enjaulados en la demagogia y el problema de la vivienda, con bloques que ya ni siquiera son jaulas de oro, sino colmenas, no se soluciona con palabrería como la de Trujillo y Montilla, a los que les pierde la lengua y la cresta del cargo oficial, pero sin la sesera en medio que tiene el loro. El dichoso problema de la vivienda, en general, y de las vacías, en particular, data de cuando la implantación del euro, el cual, además de subir el vino y el café por encima de las cien pesetas hasta ciento y sesenta y tantas -cada subida fue de diez céntimos a lo tonto, unos cinco duros con el redondeo-hizo aflorar ingentes kilos de dinero negro que hasta entonces se guardaban en el calcetín, bajo el colchón o en el agujero de la teja del desván de arriba. La mayor parte volvieron donde solían en forma de billetes de quinientos euros al cambio, de los que España es el primer tenedor, pero no pocos derivaron hacia la especulación urbanística. Entonces Gil y Gil, Florentino, el del Real Madrid y los de Agelco se frotaron las manos y pusieron manos a la obra. Todos han llegado muy arriba, por ejemplo Paco el Pocero. O sea y para entendernos, no se sabe cuánta pasata gansa de antaño volvió al calcetín con billetes de a cinco euros con dos ceros detrás, qué porcentaje se ocultó entre los agujeros del ladrillo en un negocio redondo por dentro y cuadrado y sólido por fuera, y en qué medida el ansia de revalorizaciones fáciles empujó al resto de la pobrina población a hipotecarse la vida. Ningún Gobierno lo ha calculado, pero en la suma tiene que haber de todo. O bastante. España ha prosperado la leche desde que servidor era estudiante. Entonces abundaban las patronas y los pisos con realquilados, figura contractual consuetudinaria que aún sobrevive para universitarios e inmigrantes, siendo ambos colectivos marginales que aspiran a ganarse la vida en las oposiciones o trabajando. A mi familia, que siempre ha sido rentista, si bien de las de alquiler de renta antigua, le hubiera venido muy bien tiempo atrás un Gobierno como el actual, sólo que con las ideas al revés. ¿Qué se caía el techo de casa de puro viejo, como el de la Catedral? O reteja el dueño o se expropia con seis años más de prórroga en el alquiler. Hay abuelos que todavía suspiran por un decreto así. Lo que más cabrea de estas sanjuanadas de la Trujillo y el Montilla es que, a lo peor y con estos inviernos tan crudos no lleguemos a San Juan. Sólo faltaría un okupa que nos dejara al raso en pleno campo santo. Con permiso de San Pedro, el que tiene las llaves.